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Rosa vive cantando. En el barrio, en el trabajo y en la iglesia la conocen como la mujer que siempre tiene una sonrisa y una canción en los labios. Su dulce voz de soprano es la delicia de todos en las fiestas familiares y en los karaokes entre amigos. Rosa conoce cientos de canciones de todo tipo, desde los románticos boleros de Celia Cruz hasta las arias de ópera de Verdi y Puccini. Cuando nació su hija, Rosa le cantaba cada noche antes de dormir. Incluso compuso algunas canciones de cuna especialmente para su niña.

Rosa ahora tiene setenta y ocho años y vive con su hija y sus nietos. Ella sigue cantando y enseñándoles canciones a sus nietos cada día. Cuando canta, Rosa siente que la música le da más vida a sus años, y más alegría a su alma.

En realidad, Rosa tiene razones para sentirse así. Hay numerosos estudios científicos que demuestran que la música puede ser una influencia muy positiva en nuestro cerebro, nuestro cuerpo y nuestro espíritu.

La música nos ayuda a conectarnos mejor con nuestras emociones. Los musicoterapeutas utilizan la música para ayudar a sus pacientes a recordar episodios traumáticos de sus vidas y expresar sus emociones de forma positiva y tranquila. De hecho, en los últimos años, los musicoterapeutas han concluido que el dicho popular, “el que canta sus males espanta”, tiene base científica. Cantar canciones que nos gustan hace que el cuerpo produzca dopamina, endorfina y oxitocina, hormonas que nos relajan y nos dan un sentido de placer, y eliminan las emociones negativas

La música también se utiliza como parte del tratamiento de enfermos de cáncer u otras enfermedades para reducir los niveles de ansiedad y de estrés, la percepción de dolor y el malhumor. Una colección de canciones favoritas puede ayudarnos a alejar pensamientos dolorosos, a reducir la hipertensión y la arritmia cardíaca.

Numerosos estudios científicos también han demostrado que tocar un instrumento musical impacta positiva y poderosamente la salud mental y física. Dedicar veinte o treinta minutos diarios a tocar un instrumento musical hace que nuestro cerebro se active plenamente y establezca conexiones neuronales que favorecen la relajación y el aprendizaje, además de fomentar una autoestima positiva.

La música también puede ser un poderoso agente de cambio. La música puede servir de gran ayuda para quienes no se motivan fácilmente para hacer ejercicio físico. Tengo una amiga que dejó de hacer ejercicio físico durante años. El médico le dijo que necesitaba caminar o correr por lo menos una hora cada día, así que mi amiga decidió comprarse unos buenos auriculares, hacer una playlist de sus canciones favoritas en el teléfono, y caminar al ritmo de la música. Hace unos días me contó que corrió una media maratón.

—¡Yo no sabía que podías correr tanto! —le comenté.

—Yo tampoco —me contestó sonriendo—. Las canciones que escucho mientras corro me mantienen concentrada, y, además, la música pone en pausa mis pensamientos negativos. He bajado unos cuantos kilos y me siento más animada y positiva.

Tengo el privilegio de dirigir la orquesta de la iglesia universitaria de Loma Linda, California. Una gran parte de los instrumentistas son personas jubiladas que aman la música. La orquesta les da una razón para seguir practicando sus instrumentos y disfrutar del placer de hacer música en comunidad. La orquesta también ofrece oportunidades para conectarse con viejos amigos y conocer nuevos. Los miembros mayores tienen la oportunidad de enseñar y aconsejar a los más jóvenes. Incluso hay algunos abuelos que vienen con sus hijos y sus nietos. Me emociono cuando los veo llegar al ensayo juntos, y pienso qué bonitos recuerdos están creando juntos.

Aprender obras musicales nuevas es un desafío que nos motiva a todos en la orquesta. Cuando salgo a dirigir y la música empieza a sonar, quiero que no se acabe nunca. Las vibraciones del sonido que generan los instrumentos penetran mi oído y mi alma, despertando una fiesta de alegría en todos mis sentidos. Al sincronizar la altura, la intensidad, y el tiempo del sonido, también sincronizamos nuestras emociones, nuestra voluntad y nuestros afectos con los demás. Es un sentimiento increíble.

Participar de una orquesta, un coro, un grupo folklórico, o cualquier tipo de agrupación vocal o instrumental tiene incontables ventajas. Lo animo, querido amigo o amiga que lee este artículo, a que se beneficie de la música y que haga de ella una fuente de salud, de alegría, y de placer. La música es una de esas amigas que nos devuelve con creces el tiempo y la energía que invertimos en ella. Y recuerde que Rosa tenía razón: “El que canta, sus males espanta”.

La autora es ministra de adoración y música en la iglesia de la Universidad de Loma Linda. Escribe desde Loma Linda, California.

Música que cura

por Adriana Perera
  
Tomado de El Centinela®
de Octubre 2023