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“El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del Señor” (S. Lucas 4:18, 19).

Después de trabajar más de cuarenta años como psicólogo, habiendo realizado más de treinta mil consultas y dictado la asignatura de Psicología Clínica en varias universidades durante décadas, he decidido estudiar cuál era el estilo terapéutico de Jesucristo. Para ello he leído y releído los 89 capítulos de los cuatro evangelios, cada uno de los 3,727 versículos, y he reflexionando sobre su contenido desde la perspectiva del psicólogo.

Hay algunos textos que son clave para entender a Jesús como terapeuta. Por ejemplo, el texto que es el epígrafe de este artículo, donde declara en la sinagoga de Nazaret el sentido de su misión y define los objetivos de su ministerio. Allí estableció que vino a “sanar a los quebrantados de corazón”; es decir, a todos aquellos que estaban padeciendo trastornos psicológicos o emocionales, para liberarlos de sus conflictos y dolencias o discapacidades, mentales como físicas, a fin de vivir en forma plena y satisfactoria.

Eben Scheffler preguntaba: “¿Se puede considerar a Jesús (entre otras cosas) como un psicoterapeuta exitoso? En otras palabras, ¿cómo los principios de la psicoterapia actual (por ejemplo, empatía, calidez) pueden evidenciarse en sus aforismos, parábolas, las primeras tradiciones sobre sus exorcismos y curaciones, y sus acciones de comer con los marginados sociales? ¿Sus milagros pueden ser explicados psicológicamente?”1 Yo diría que sí, es posible estudiar a Jesús como psicoterapeuta exitoso, seguramente el más exitoso de todos.

Durante décadas predominaron las terapias psicoanalíticas, que eran tratamientos interminables, de muchos años de duración. Luego aparecieron las “terapias breves”, que proponían programas de diez o quince consultas. Comparativamente, las terapias de Jesús fueron súper breves, de una sola consulta, y la mayoría de una o dos intervenciones. Los encuentros de Jesús con sus interlocutores fueron de una gran intensidad, con alto poder resolutivo. La mayoría de las veces conseguía resultados instantáneos (por ejemplo, las palabras dirigidas al oficial de la guardia, a la mujer samaritana o a Natanael), pero en otras ocasiones sus intervenciones requirieron de un proceso de asimilación lento para permitir que se vieran los resultados a largo plazo, como el caso de Nicodemo. En todos los casos, el modelo de Jesucristo siempre fue de gran efectividad y de inspiración para cualquier terapeuta.

Kalil Gibrán escribió, en forma muy bella, que en Jesús “había tibieza en su Ser y palpitaba al compás de la vida”,2 que “hablaba de amor porque había melodía en su voz y que hablaba de poder porque había ejércitos en sus ademanes”. Hizo decir a un supuesto interlocutor: “Su imagen visitó mi intimidad y su voz rige la quietud de mis noches”.3

El estilo terapéutico de Jesucristo

El modelo narrativo fue dominante en los discursos y entrevistas de Jesucristo. El uso frecuente de las parábolas, los relatos, las historias, metáforas, alegorías u otras ilustraciones lo confirman. Sin embargo, Jesús también utilizó otros recursos terapéuticos, según los casos, que podrían ser más efectivas.

En los evangelios se presentan una enorme cantidad de encuentros que mantuvo Jesús con diferentes clases de personas. Contabilizamos 263 encuentros personales (59 en Mateo, 60 en Marcos, 88 en Lucas y 56 en Juan), sin considerar los discursos o sermones predicados a la muchedumbre o las instrucciones dadas a los discípulos en general. Con respecto a quienes acudían a Jesús con alguna demanda, la mayoría de las entrevistas fueron breves, originadas por pedidos de sanidad

El estilo terapéutico de Jesús fue directivo, práctico y altamente eficiente, orientado a resolver las problemáticas de sus consultantes en el menor tiempo posible. No pudo dedicarle a ningún caso varias entrevistas, como hacen la mayoría de los psicólogos. Tuvo que lograr los máximos resultados en un solo encuentro, muchas veces breve, con pocas palabras, a través de intercambios de una sola intervención, como en el caso del oficial del rey que tenía el hijo enfermo (ver S. Juan 4:46-54), o la mujer encorvada (S. Lucas 13:11-13), o con sangrado (S. Mateo 9:20-22; S. Lucas 8:43-48), o con el ciego Bartimeo (S. Marcos 10:46-52), entre otros. No administraba una terapia breve, ¡sino brevísima!

La terapia de la esperanza

Jesús abordaba las demandas con un enfoque principalmente teleológico (del griego, telos, fin), buscando resultados (sanar o echar fuera demonios), prescribiendo conductas (“ve tú y haz lo mismo”), interesado más en el “para qué” que en el “por qué”. Por ejemplo, en San Juan 9:2, los discípulos preguntaron sobre un ciego de nacimiento: “Rabí, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que haya nacido ciego?” Tenían una teoría causalista de que la enfermedad era producto del pecado. Jesús respondió poniendo el énfasis en el “para qué”: “No es que pecó éste, ni sus padres, sino [su enfermedad es] para que las obras de Dios se manifiesten en él” (vers. 3, énfasis agregado). A partir de allí realizó el milagro de darle la vista.

Poner el acento en el pasado y en los “porqué” ahonda el problema y no lo resuelve, ya que siempre hay más “porqués” que indagar. Un ejemplo ilustrativo es una paciente que traté un tiempo atrás. Cristina, una señora que repetía constantemente, con mucha angustia “¿Por qué tuvo que suceder? ¿Por qué, Dios mío?”. Con sus manos crispadas, el rostro desencajado, tenso, surcado por el sufrimiento, repetía esa pregunta, estallando en un llanto desconsolado. Recordaba el terrible accidente que había sufrido toda su familia en el automóvil cuando iban de vacaciones, que había costado la vida de su hija adolescente. “Mi hija no quería ir de vacaciones con nosotros, quería quedarse con sus amigas. ¿Por qué tuve que insistirle?” La pregunta del por qué iba acompañada de culpa, dolor y angustia.

Siguiendo el modelo de Jesús, le pregunté a Cristina: “¿Y si en lugar de preguntarse por el ‘por qué’, se preguntara por el ‘para qué’?” Luego de un momento de reflexión, hizo un esfuerzo por reconstruir la historia desdichada del accidente desde la perspectiva del “para que”. Entonces, Cristina pensó que tenía dos hijas maltrechas física y psíquicamente que la necesitaban y también un esposo que ayudar para no sentirse culpable por la fatalidad. Reflexionó y dijo: “¿Será esa la misión que Dios me pide que desempeñe?”

El “para qué” abrió una puerta de esperanza; descubrió el camino del futuro que la liberó del hechizo alucinante de la fatalidad y rescató una suerte de coraza de luz. El “para qué” la permitió descubrir los signos de la Providencia, vislumbrar el plan de Dios, rescatar el sentido, promover los significados ocultos de vocación y servicio.

Jesús no practicó un modelo de entrevista no directivo, como proponen algunas escuelas de psicoterapia. No preguntaba a quienes acudían a él cosas como: “A ver, cuénteme qué le sucede”. “¿Cómo se siente?” “¿Desde cuándo se siente mal?” “Reláteme su vida”. No se ocupaba de la historia del entrevistado, sino directamente de la cuestión que había motivado la consulta. Buscaba el punto crítico de la persona y le daba una respuesta que la ayudaba a visualizar su problema y actuar en consecuencia.

1. Eben Scheffler Jesus from a psychological perspective. Neotestamentica, 29(2), 1995, p. 302, en http://www.jstor.org/stable/43048226.

2. Kahlil Gibrán, Jesús, el hijo del hombre (Buenos Aires: Editorial Longseller, 2012), p. 145.

3. Ibíd., p. 156.

El autor es doctor en Psicología y escribe desde Sidney, Australia.

Jesús, el gran Psicólogo

por Mario Pereyra
  
Tomado de El Centinela®
de Octubre 2023