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Los datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) son demoledores: un tercio de las mujeres en el mundo sufre o sufrirá algún tipo de violencia sexual o física de un compañero u otro hombre. En los Estados Unidos, según el Departamento de la Justicia, una de cada cuatro mujeres es víctima de violencia machista, y cada día tres mujeres fallecen a manos de su pareja. También, según esta fuente, cerca de 1,300,000 mujeres y niñas son ultrajadas cada año en este país.

El 53 por ciento de las mujeres latinoamericanas sufre algún tipo de violencia de género. En la Unión Europea, en 2013, entre el 20 y el 25 por ciento de las mujeres había sufrido violencia en alguna ocasión, y siete mueren cada día asesinadas por su pareja o ex-pareja. Según estudios fidedignos, el mayor porcentaje de víctimas a consecuencia de la violencia de género se concentra en los países más desarrollados del norte de Europa, como Finlandia, Suecia y Alemania.

Esta es la realidad; pero frente a esto, los hombres cristianos pueden levantarse a favor de las mujeres y hacerse oír. Ellos tienen al mejor Modelo.

El Modelo

Los Evangelios registran que Jesús valoró a las mujeres, y las trató con tanto respeto que nadie se atrevió a acusarlo de galantería. Estos son algunos encuentros conmovedores de Jesús con las mujeres:

La mujer adúltera. A la mujer acusada por los mismos que tal vez la mancillaron, Jesús le dijo compasivo: “Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó?” Ella respondió: “Ninguno, Señor”. Entonces Jesús agregó: “Ni yo te condeno; vete, y no peques más” (S. Juan 8:10, 11). Imagino a Jesús ayudándola a levantarse, mirándola con ternura infinita e infundiéndole así las fuerzas para cambiar su conducta.

Marta. Oigamos su suave reprensión a una Marta atareada: “Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas. Pero solo una cosa es necesaria; y María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada” (S. Lucas 10:41, 42). Jesús apreciaba el servicio de Marta, pero le dolía que, en su afán, ella se perdiera los beneficios de su comunión. ¿Qué mujer no puede identificarse con Marta?

María de Betania. Ante las noticias de la muerte de su amigo Lázaro, Jesús fue a Betania, donde María lloraba la muerte de su hermano. Además de llorar con ella, Jesús lo trajo de vuelta a la vida (S. Juan 11:28-44).

La viuda pobre. Un día en el templo, Jesús reconoció ante sus discípulos a la viuda pobre que echaba en las arcas dos moneditas: “Esta viuda pobre echó más que todos los que han echado en el arca; porque todos han echado de lo que les sobra; pero ésta, de su pobreza echó todo lo que tenía” (S. Marcos 12:43, 44). Nadie pasaba desapercibido ante Jesús. Y él se tomó el tiempo de resaltar la actitud generosa y fiel de esta mujer.

La mujer que lo ungió en Betania. Jesús reconoció y agradeció públicamente el gesto de la mujer que lo ungió con un perfume caro, y explicó el significado de la acción: “Al derramar este perfume sobre mi cuerpo, lo ha hecho a fin de prepararme para la sepultura”. Y profetizó la honra sempiterna de esa mujer: “De cierto os digo que dondequiera que se predique este evangelio, en todo el mundo, también se contará lo que ésta ha hecho, para memoria de ella” (S. Mateo 26:12, 13).

La mujer samaritana. Junto al pozo de Jacob, Jesús buscó activamente a la mujer de Sicar y le reveló su identidad mesiánica: “Yo soy, el que habla contigo” (S. Juan 4:26). En su viaje hacia Galilea quiso pasar por Samaria para traer las buenas nuevas a esta mujer que tenía un pasado complicado, pero que esperaba al Mesías. ¡Ella llegó a ser su primer evangelista en Samaria!

Estos son solo algunos ejemplos de cómo Jesús ama a la mujer, sin prejuicios ni condiciones. Por eso, concluyo enalteciendo al mayor Defensor de las mujeres y Modelo para todos los hombres, al Señor Jesucristo.

“El que recordó a su madre mientras pendía de la cruz en su agonía; el que se apareció a las mujeres que lloraban y las hizo mensajeras suyas para difundir las primeras y gratas noticias de un Salvador resucitado, es hoy el mejor Amigo de la mujer y está dispuesto a ayudarle en todas las relaciones de la vida” (Elena G. de White, El hogar cristiano, pág. 183).

“El Señor tiene una obra para las mujeres así como para los hombres. Ellas pueden ocupar sus lugares en la obra del Señor en esta crisis, y él puede obrar por su medio. Si están imbuidos del sentido de su deber, y trabajan bajo la influencia del Espíritu Santo, tendrán justamente el dominio propio que se necesita para este tiempo. El Salvador reflejará, sobre estas mujeres abnegadas, la luz de su rostro, y les dará un poder que exceda al de los hombres. Ellas pueden hacer en el seno de las familias una obra que los hombres no pueden realizar, una obra que alcanza hasta la vida íntima. Pueden llegar cerca de los corazones de las personas a quienes los hombres no pueden alcanzar. Se necesita su trabajo” (Elena G. de White, El evangelismo, pág. 340).

La autora es licenciada en Física y escribe desde Murcia, España.

Jesús y la mujer

por María Rocío Martinez
  
Tomado de El Centinela®
de Marzo 2024