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Después de enseñar todo el día con parábolas, Jesús decidió cruzar con sus discípulos al otro lado del lago de Genesaret para descansar. Mientras navegaban, una fuerte tormenta azotó la barca. La situación fue tan grave que los discípulos, muchos de ellos pescadores experimentados, pensaron que iban a morir. Pero Jesús, con solo unas palabras, calmó el viento y el mar. Los discípulos asombrados se preguntaban: “¿Quién es este, que aun el viento y el mar le obedecen?” (S. Marcos 4:41).

Al llegar a la región de Gadara, se encontraron con una escena aterradora. Se acercaron dos hombres poseídos por demonios, que solían ahuyentar a las personas. Pero esta vez sucedió algo diferente. Al ver a Jesús, uno de ellos corrió hacia él y se postró. Sin saberlo, estaba frente al único que tenía poder para liberarlo.

Cuando Jesús le preguntó su nombre, el espíritu maligno respondió: “Legión me llamo; porque somos muchos” (S. Marcos 5:9). Los demonios, al verse descubiertos, rogaron ser enviados a una manada de cerdos cercana. Jesús les dio permiso, y los animales se lanzaron al mar, donde murieron ahogados.

Los cuidadores de los cerdos corrieron a avisar al pueblo. Pronto llegó una multitud. Pero en lugar de alegrarse por la liberación de estos hombres, tuvieron miedo. Para ellos, Jesús representaba una amenaza económica. Preferían que se fuera antes que perder más bienes materiales.

Esta historia nos muestra tres fuerzas en acción:

  1. El enemigo: su misión es destruir. Jesús nos advierte: “El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (S. Juan 10:10).

    No sabemos cómo estos hombres terminaron en esa condición, pero vemos las consecuencias: habían perdido su hogar, su familia, su paz. Esta es la obra de Satanás: destruir todo lo bueno que Dios nos ha dado.

  2. La sociedad: tiene buenas intenciones, pero no tiene poder para sanar. La gente había intentado controlar a los endemoniados con cadenas, los aislaron y los evitaban, pero nada solucionó su problema. Hoy ocurre lo mismo. La sociedad busca soluciones políticas, económicas o científicas para los problemas humanos, pero el sufrimiento sigue. Ningún sistema humano puede transformar el corazón de una persona.
  3. Jesús: el único que puede liberarte. Jesús atravesó una tormenta para llegar hasta esos hombres. Estaba cansado, pero no dudó en acudir a su rescate. Su amor y poder eran más grandes que cualquier obstáculo. Como resultado, los hombres que antes daban miedo ahora estaban sentados, vestidos y en su sano juicio (S. Marcos 5:15). En lugar de gritos desesperados, ahora había gratitud y alabanza.
  4. Jesús tiene el mismo poder para liberarte hoy. No importa qué cadenas te aprisionen: pecado, miedo, culpa o tu pasado. Él puede romperlas. Solo necesitas un encuentro con Jesús.

    Si anhelas un cambio real, ven a él. No hay cadenas que su poder no pueda romper ni oscuridad que su luz no pueda disipar. Como los gadarenos, tú también podrás contar “cuán grandes cosas el Señor ha hecho contigo” (vers. 19).

Rompiendo las cadenas

  • El enemigo quiere destruirte, pero Jesús vino para darte vida en abundancia (S. Juan 10:10).
  • Ninguna solución humana puede sanar tu corazón. Solo Jesús puede transformar tu vida.
  • Jesús cruza tormentas por ti. Aunque parezca lejano, él siempre toma la iniciativa para encontrarse contigo.
  • No estás demasiado lejos para ser rescatado. Si se lo permites, ni los demonios, ni el miedo, ni tu pasado pueden impedir que Jesús te libere.

Roberto Correa tiene una maestría en Teología y coordina las iglesias hispanas en los Estados del centro del país y escribe desde Lincoln, Nebraska.

Poder para liberarte

por Roberto Correa
  
Tomado de El Centinela®
de Septiembre 2025