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Me encontré con el concepto de la gracia hace veinticinco años, una tarde de enero. Estaba pasando por un desencuentro amoroso y el peso de la conciencia caía sobre mí. Me encontraba en una habitación del Colegio Adventista de Sagunto, en España, mirando hacia el techo, pensando que mi vida sin aquella muchacha no tendría sentido. ¡Qué pensamientos de juventud! Mi soledad y mi tristeza le gritaban al mundo: “Díganle que estoy aquí”, pero su mirada cada mañana en el desayuno, cada mediodía en el almuerzo, y al pasear por las aulas me hacía sentir más y más culpable. Al verme tan abatido, una persona piadosa me dio un sermón grabado que hablaba sobre la gracia, y en mi mocedad aprendí que “cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia”. ¡Qué maravillosa verdad! ¡Qué alegría tan desbordante!

Crecí en un hogar cristiano. Desde pequeño aprendí que Jesús me amaba. Esa era la teoría, pero la práctica me gritaba otra cosa. La voz que resonaba en mi mente decía: “Tienes que cumplir. Debes obedecer para ser salvo… Debes… Debes”.

Aquella tarde de enero aprendí que la salvación no es solo objetiva y legal sino también subjetiva y experiencial. La Biblia nos dice: “Gustad, y ved que es bueno Jehová” (Salmo 34:8) El predicador Jonathan Edwards en su maravilloso sermón “Una luz divina y sobrenatural” nos dice: “Hay una diferencia entre creer que Dios es un Dios santo y lleno de gracia, y tener una nueva sensación en el corazón por la belleza y el encanto de esa gracia y santidad. La diferencia que hay entre creer que Dios está lleno de gracia y probar esa cualidad suya por uno mismo es tan distinta como creer de forma racional que la miel es dulce y obtener la sensación real de su dulzura”.

Sí, aquella tarde de enero yo probé que la gracia es dulce, y que su sensación en la vida es real, que trae alivio al corazón vacío y quebrantado por el dolor del pecado. Cuando creemos y confiamos en la redención que Cristo realizó por nosotros, él llega a ser real en nuestro corazón por medio del Espíritu Santo. Su amor es como la miel: dulce, placentero. En vez de creer únicamente que él nos ama, podemos llegar a sentir la realidad, la belleza y el poder de su amor. Ese amor puede ser más real para ti y para mí que el amor de cualquier otra persona. Puede deleitarte, inundarte y consolarte. Esto te emancipará y te liberará del temor como ninguna otra cosa.

Si al leer este artículo te sientes lleno de culpa y vergüenza, no solo necesitas creer en ese concepto abstracto de la gracia, como creía yo desde pequeño, sino que también debes sentir la dulzura de su misericordia en tu corazón.

¿Qué significa la gracia?

Estas son algunas definiciones de gracia, pues no hay solo una:

  • La gracia es Dios dándonos lo que necesitamos, no lo que merecemos.
  • La gracia es Dios dándonos algo que nunca podríamos merecer, ganar ni pagar.
  • La gracia es todo lo que Dios nos da por medio de la cruz.
  • Las riquezas de Dios a expensas de Cristo.
  • Lo que Jesucristo hizo en la cruz —lo pagó todo—, Dios nos lo concede por gracia.
  • La gracia es el poder de Dios que nos da el deseo y la habilidad de hacer su voluntad.

¿Qué es la gracia?

Es un regalo de Dios. Dios es clemente. “Clemente y misericordioso es Jehová” (Salmo 145:8). Cuando Dios habla de su gracia, está dando de sí mismo; el regalo es él mismo. Podemos decir que Dios es gracia.

Se transmite por Jesucristo. La gracia viene a través de una persona. San Juan declara: “La ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo” (S. Juan 1:17).

Es eterna. Dios siempre ha actuado en gracia. San Pablo dice: “Quien nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos” (2 Timoteo 1:9).

Es gratuita. La gracia es incondicional. Es un regalo. No la puedes ganar. No puedes trabajar para recibirla. San Pablo escribió: “Siendo justificados gratuitamente por su gracia” (Romanos 3:24). Y añadió: “Nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia” (Tito 3:5).

Te invito a que aceptes la gracia de Dios. Vívela, disfrútala. Si al leer este artículo estás preocupado y ansioso, necesitas aceptar la gracia divina.

Estoy convencido de lo que digo. A lo largo de veinte años de servicio cristiano este concepto vivo de la gracia ha cambiado y controlado mi existencia. Aprendí que por la gracia de Dios ya no soy lo que era, y ahora soy lo que soy. Pero Dios no ha terminado su obra en mí. Sigue dándome ánimo cada mañana para seguir conociéndolo más. Por eso vivo agradecido y alabando a mi Salvador Jesucristo.

Por cierto, pude reponerme de aquel fracaso sentimental. Dios me dio una esposa encantadora y dos niñas preciosas. Cuán maravillosa es su gracia.


El autor es ministro cristiano. Escribe desde Hillsboro, Oregón.

La gracia divina

por Alejandro Delgado
  
Tomado de El Centinela®
de Noviembre 2015