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A la hora de la cena en toda Norteamérica, ya sea que comamos en casa o fuera de casa, el salero es un objeto prominente en la mesa. Sin siquiera probar su comida, algunas personas inician su conversación con “pásame la sal por favor”, para luego esparcir los cristalitos blancos sobre sus alimentos.

El uso de la sal es un hábito para muchos, y usarla con exceso puede crear problemas serios de salud, entre los cuales se encuentran la diabetes, la hipertensión, las cataratas, las piedras en los riñones, la osteoporosis y el cáncer del estómago. Esta es una lista considerable de achaques, y todo se debe a la indulgencia del deseo aparentemente inofensivo de consumir alimentos con más sabor.

La sal “buena”

La sal, o el cloruro de sodio, se encuentra naturalmente en muchos alimentos y también en el agua. Incluso los vegetales tienen sodio. No debiéramos criticar demasiado la sal, porque tiene su lado positivo, y a lo largo de la historia ha demostrado su valor como agente preservador. La Biblia menciona que los israelitas utilizaban la sal para darle sabor a sus alimentos y también la usaban en los cultos del templo (Job 6:6; Levítico 2:13). El profeta Eliseo una vez esparció sal sobre una fuente contaminada y transformó las aguas amargas en agua fresca que los habitantes de Jericó pudieran beber (2 Reyes 2:19-22). En el Nuevo Testamento se emplea el término sal de la tierra, que se aplica positivamente a la persona que vive con humildad según los principios del reino de Cristo (S. Mateo 5:13).

En los tiempos modernos, la sal recibe el elogio de los cocineros, que a veces usan una pizca para evitar que el merengue de los pasteles sea demasiado azucarado, o para prevenir que la cáscara de los huevos cocidos se raje totalmente.

También tenemos el beneficio preventivo de la sal yodada, especialmente para los niños que viven en áreas como los Grandes Lagos, donde no hay yodo en la tierra y por lo tanto tampoco lo contienen los cultivos de la zona.

Los científicos nos dicen que el cuerpo humano necesita sal para regular su balance de ácido. La presencia de la sal asegura que los fluidos en nuestro cuerpo contengan la cantidad óptima de ácido.

La sal “mala”

El problema está en que la mayoría de la gente necesita únicamente unos dos gramos de sal por día, alrededor de una cucharadita. Sin embargo, las personas que viven en el mundo industrializado comen más de cinco veces la cantidad necesaria para mantener una buena salud.

Afortunadamente, nuestros riñones pueden manejar el exceso de sal y eliminar un 90 por ciento de la sal sobrante por medio de la orina, pero esto sucede hasta los 50 o 60 años de edad. Después, ya no funcionan tan bien.

Los nutricionistas están convencidos de que no nacimos con el deseo de consumir sal. Es algo que desarrollamos, y mientras más comemos, más la deseamos.

Los estudios revelan que los habitantes del sur de los Estados Unidos consumen la mayor cantidad de sal, y tienen los niveles más elevados de alta presión en el país. Los que viven en la parte oeste comen la menor cantidad de sal, y tienen menos casos de hipertensión que los habitantes de otras partes del país.

La Asociación Americana del Corazón dice que disminuir el consumo de sodio en la dieta es una buena idea, pero la mayoría hace el cambio únicamente cuando tiene que hacerlo. Lo hacen cuando sus médicos le dicen que tienen que hacerlo debido a la alta presión. Cabe decir que para tener una mejor salud, conviene comenzar a reducir el uso de sal cuanto antes.

Las investigaciones muestran que 74,5 millones de norteamericanos tienen alta presión. También nos dicen que una de las mejores maneras de tratar la hipertensión es reducir la cantidad de sal en la dieta.

Tenemos que estar atentos, porque la sal se encuentra por todas partes y casi en todo lo que consumimos. El conocido autor de libros de cocina, Donald Gazzaniga, emplea la frase “sodio oculto” para agudizar nuestra percepción de que la sal se encuentra en lugares inesperados tales como el bicarbonato, la salsa de soya, la salsa de tomate enlatada y el pan. Se encuentra en la mayoría de los alimentos procesados y en la comida rápida.

No dependa de la sal

Usualmente toma cerca de un mes comiendo menos sal y alimentos bajos en sal para que disminuya el deseo de comer alimentos salados. Pero las personas que reducen la cantidad de sal en sus alimentos se sorprenden de cuán bien sabe la comida con menos sal. Los nutricionistas dicen que esto se debe a que se habían acostumbrados a gustar de la sal y no de los alimentos.

Haga todo lo que pueda para reducir su consumo de sodio. Deje la sal en el salero. ¡Haga usted los ajustes voluntariamente, antes que el médico los haga por usted!


Para reducir el consumo de sal

  1. Lea las etiquetas. Hasta el agua embotellada a veces contiene sal.
  2. No ponga el salero en la mesa. No le eche sal a las papitas.
  3. Coma frutas frescas y vegetales. Son bajos en sal y saludables.
  4. Reemplace la sal con especias y yerbas para cocinar.
  5. No se pase de una cucharadita de sal por día. Elimine las golosinas saladas.

Judith P. Nembhard, Ph.D., ha sido profesora y administradora universitaria, y escribe desde Chattanooga, Tennessee.

¡No le eche sal!

por Judith Nembhard
  
Tomado de El Centinela®
de Octubre 2011