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En la cultura grecorromana existían tres palabras para identificar el amor. Estos términos griegos eran φιλία (filía), á”ρ¿ς (éros), y áγάπη (agápe). El primero se refiere al amor fraternal, el segundo al amor romántico, y el tercero expresa la forma más sublime de amor, que incluye las emociones y la voluntad. El sustantivo agápe se menciona 116 veces en el Nuevo Testamento griego, la lengua original en la que fue escrito, y es el término preferido para referirse al infinito amor de Dios por la humanidad. En su forma griega verbal, áγαπάω (agapáo), el Nuevo Testamento lo registra 141 veces. La evidencia bíblica por excelencia acerca de ese amor divino es también su mejor definición: “Dios es amor” (1 Juan 4:8, 16).

Nótese que la Sagrada Escritura no dice que Dios tiene amor. Juan declara que Dios es amor, pues lo proclama como la esencia misma del amor verdadero.

Amor verdadero y romántico

El amor verdadero incluye el amor romántico, con sus sentimientos y su cóctel hormonal. Envuelve sentimientos, pasión e intimidad en el matrimonio (Proverbios 5:18, 19). La Biblia no se opone a esta expresión del amor. Uno de sus 66 libros, El Cantar de los Cantares, constituye un ejemplar poema sobre el mundo maravilloso y misterioso de la pareja. Es la descripción de un idilio en el que el amado y la amada se corresponden mutuamente, se entregan el uno al otro, y se dedican los más tiernos y puros afectos, como si quisieran convertir el instante en eternidad. Pero, el amor verdadero no se limita solo a eso; debe crecer hasta llegar a ser un amor maduro, comprometido, confiado y leal. Se basa en comprensión, compasión, compañía y reciprocidad. Ese amor verdadero comparte lo similar y respeta lo diferente.

El idílico poema alcanza su clímax cuando la amada dice a su amado: “Ponme come un sello sobre tu corazón, como una marca sobre tu brazo. . . Las muchas aguas no podrán apagar el amor, ni lo ahogarán los ríos” (Cantares 8:6, 7).

Tres dimensiones del amor verdadero

Describir es el arte de pintar con palabras. En la Primera Epístola a los Corintios 13:1-13 se encuentra la que ha sido considerada por muchos como la mejor descripción del amor. Pablo pinta el amor como si fuera el más bello de los paisajes. Lo pinta en tres dimensiones. La primera dimensión se describe en los primeros tres versículos: la excelencia del amor, la cual excede la facultad del habla, sobrepasa la posesión de “toda la fe”, y aun supera al martirio (1 Corintios 13:1-3).

La segunda dimensión del amor describe su riqueza; es decir, la riqueza de su extraordinario significado. Ese caudal se detalla en 1 Corintios 13:4-7. El primer valor del amor se refiere tanto a la paciencia como a la perseverancia. Luego, el texto proclama que el amor es “benigno”, lo que implica mostrar una actitud de compasión hacia los demás. Se afirma que “el amor no tiene envidia, no es jactancioso, no se envanece, no hace nada indebido, no busca lo suyo” (vers. 4, 5).

La tendencia de centrarse en los derechos y aun más, de requerir privilegios especiales, aleja al ser humano del amor verdadero. Pero cuando se enfatiza el deber, se muestra altruismo y, como tal, cercanía hacia el verdadero amor que encuentra su felicidad más en dar que en recibir (Hechos 20:35).

La tercera dimensión del amor describe su duración. El valor permanente del amor se proclama en 1 Corintios 13:8-13. Con palabras incomparables se enfatiza que “el amor nunca deja de ser”; se lo contrasta con las profecías, que ya no se necesitarán en el reino de Dios. Pero el amor es tan perdurable que alcanza la eternidad y se perpetúa para siempre en la infinitud del tiempo.

En resumen, la excelencia del amor, su riqueza y su permanencia constituyen lo más sublime, pues el mismo Dios es amor. La supremacía del amor es absoluta, pues constituye la llama que enciende la fe y la luz que aviva la esperanza (vers. 13). Este es el bello paisaje del amor en sus tres dimensiones: excelencia, riqueza y eternidad.

Señor, hazme un instrumento de tu paz:

donde haya odio, ponga yo amor,

donde haya ofensa, ponga yo perdón,

donde haya discordia, ponga yo armonía,

donde hay error, ponga yo verdad,

donde haya duda, ponga yo la fe,

donde haya desesperación, ponga yo esperanza,

donde haya tinieblas, ponga yo la luz,

donde haya tristeza, ponga yo alegría.

 

Oh, Señor, que no me empeñe tanto

en ser consolado como en consolar,

en ser comprendido como en comprender,

en ser amado como en amar;

porque dando se recibe, olvidando se encuentra,

perdonando se es perdonado,

muriendo se resucita a la vida. Amén.

—Francisco de Asís

Más allá del amor

¿Será que se podrá ir más allá de estas tres dimensiones? Sí se puede, pero solo es posible si se contempla otro cuadro: Jesús en la cruz. Tanto se desbordó allí el amor, que Juan, el discípulo amado, no alcanzó a describirlo tal como hiciera Pablo, y solo le quedó el recurso de invitar a contemplarlo: “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre” (1 Juan 3:1). Pero aun Pablo nos invita a ir más allá de las tres dimensiones del amor descritas en el capítulo 13 de la Primera Epístola a los Corintios. Lo hace en Efesios 3:17-19. En el versículo 17 invita a estar “arraigados y cimentados en amor”; en el 18 estimula a ser “plenamente capaces de comprender” el amor de Jesús, al cual describe esta vez en cuarta dimensión: “la anchura, la longitud, la profundidad y la altura”. Al ponerlo en cuarta dimensión, reconoce en el versículo 19 que ese amor de Jesús “excede a todo conocimiento”.

Tal amor que emana de la cruz de Cristo sería tal vez comparable al acto de contemplar extasiado una noche estrellada. Ningún ojo humano ni aparato de invención científica podrá captarlo en su totalidad, pero ¡qué deleite hay en contemplarlo! La anchura del amor de Cristo incluye a personas de toda clase, género y edad: a todo el mundo. La longitud del amor de Cristo, con sus brazos extendidos desde la cruz hacia ambos lados sobre el palo horizontal, abarca al mundo entero. La profundidad del amor de Jesús llegó hasta la muerte y el sepulcro, se enraizó y se profundizó. El palo vertical de la cruz, por su parte inferior penetró en la tierra como para alcanzar a quienes estuvieran hundidos en lo más recóndito del pecado y mostrarles lo entrañable de su amor. La altura del amor de Cristo, desde el palo vertical de la cruz por su parte superior apuntaba al cielo, como para señalar el camino de retorno al Padre. Al buscar las alturas nos enseñó cómo trascender hasta el más allá. Resucitó, ascendió e intercede por nosotros.

Clave para recibir el amor verdadero

¿Cómo se recibe el amor verdadero? La Biblia afirma en Gálatas 5:22 que un amor tal es el fruto del Espíritu Santo; por lo tanto, viene de arriba, de lo alto (Santiago 1:17). Se lo recibe cuando nos relacionamos con Cristo, con aquel que es todo amor; y se consigue de rodillas, en oración.

5 Demostraciones de amor conyugal verdadero*

Respeto: Si alguien te quiere de verdad y siente amor verdadero por ti, te respetará.

Amor incondicional: El amor más puro es el que no tiene condiciones, el que existe y existirá para siempre. No solo existe en pareja, sino también entre padres e hijos.

Protección: Siempre querrá protegerte. Tu bienestar y felicidad son lo más importante para él. Procurará facilitarte el camino, nunca complicarlo de manera consciente.

Detalles: Los detalles son lo importante para él. Sabe que es importante recordar las fechas importantes, tus gustos, música preferida, y hasta el plato favorito. . . todos esos detalles que te hacen sentir especial. Si lo mantienen, es un signo inconfundible de que entre ustedes hay amor verdadero.

Planes de futuro: En su agenda está un futuro contigo. Los objetivos de futuro son imprescindibles para construir una pareja sobre cimientos sólidos.

* https://www.soycarmin.com/buenavida/El-amor-verdadero-se-demuestra-con--siete-acciones-estudio-20190320-0016.html

El autor es pastor y profesor de Teología. Escribe desde Oakwood, Alabama.

La fuente del amor

por Manuel Moral
  
Tomado de El Centinela®
de Febrero 2020