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Para “desarmar” al violento hay que presentarle un camino mejor, una posibilidad, un resquicio al cambio, que se encuentra en el amor.

Cuando escuchamos la frase “violencia doméstica” tendemos a pensar en los malos tratos físicos que el marido intolerante propina a la esposa sumisa, pero hay otras formas de violencia familiar: rechazo, abandono, indiferencia, rudeza en el trato, mentiras. Y las padecen los niños, los ancianos, los discapacitados y aun los animales.

La violencia se ha convertido en una forma de relación humana. En un estilo de vida. En una estrategia para imponer mi voluntad e impedir que el otro sea libre. Y esta pauta de conducta se da en todo tipo de familias, clases sociales y niveles educativos.

Y de la familia, el flagelo de la violencia se extiende a toda la sociedad y se hace pandémico. Habría que estar ciego para no darse cuenta de que nuestro mundo está lleno de violencia en todos los ámbitos de la vida. No importa el país que miremos, la raza o la cultura, la violencia está a la orden del día, omnipresente en los noticieros, en la prensa, en la rutina diaria. Discordias, riñas, peleas, agresiones entre países, entre vecinos, entre esposos, entre padres e hijos, entre hermanos... Hay violencia en todas partes, incluso en aquellas relaciones que deberían ser más tiernas, como las que se establecen en el hogar. Ya ni nos sorprende que haya quien encuentre diversión y satisfacción en ella.

Cualquier tiempo pasado no fue mejor

Uno tiende siempre a pensar que “cualquier tiempo pasado fue mejor”, pero lo cierto es que el empleo de la violencia no es nuevo. Cuando indagamos de dónde viene este mal, recurrimos generalmente a psicólogos y sociólogos, pero yo los invito a consultar otra fuente, a la Biblia, pues en ella podemos encontrar no solo explicaciones a las causas primarias de la violencia sino también soluciones y modos de combatirla. El profeta Oseas comenta: “No hay verdad, ni misericordia, ni conocimiento de Dios en la tierra. Perjurar, mentir, matar, hurtar y adulterar prevalecen, y homicidio tras homicidio se suceden. Por lo cual se enlutará la tierra” (Oseas 4:1-3; NIV, el énfasis es nuestro). Y las palabras del apóstol Pablo son también reveladoras: “No hay quien entienda, todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; no hay quien haga lo bueno” (Romanos 3:11, 12, NVI). En base a estos dos textos, ¿cree usted que si tuviéramos un conocimiento experiencial y relacional (no meramente teórico) de Dios dejaríamos de practicar la violencia y nos decidiríamos a no permitirla y a enfrentarla? A mí no me cabe ninguna duda de que así sería.

Dios no fuerza las conciencias, no chantajea, nos da plena libertad, no manipula negando o tergiversando la información, no quiere nuestra obediencia si no surge del convencimiento propio y del amor. Dios educa, apelando a la ternura, a la confianza, a la voluntad y a la razón, y después nos deja libres para decidir.

El ser humano es extraordinariamente delicado, creado a semejanza de Dios, potencialmente dotado de gran sensibilidad para el entendimiento a través del diálogo, y para reconocer el dolor y ayudar. Pero esta sensibilidad se pierde y se embrutece si no puede desarrollarse e ir creciendo a medida que se pule el carácter. Como todo lo que es sensible, el ser humano ha de ser tratado con sensibilidad.

La violencia, cualquiera sea su forma, es destructiva para el ser humano. No ayuda a la formación del carácter, ni de quien la usa ni de quien la sufre, y resulta especialmente aniquiladora de la autoestima cuando se produce en el hogar. Así como el agua y el aire son elementos necesarios para la vida, pero para darla han de estar en calma, cuando actúan con violencia arrasan con todo. Los huracanes, las inundaciones, los terremotos destruyen cuanto hallan a su paso. Aquello que fue creado para dar vida y mantenerla, cuando se vuelve violento solo produce la muerte de toda esperanza. El mismo Jesús se dirigió a la naturaleza fuera de control y le dijo: “Calla, enmudece” (S. Marcos 4:39); en otras palabras: ¡Basta ya de violencia!

¿Es legítimo el uso de la violencia como “arma” de defensa?

Pero ¿qué sucede cuando somos nosotros los que sufrimos la violencia? ¿Está justificado entonces enfrentarla con más violencia? Al fin y al cabo, pensamos, no se puede frenar al violento únicamente con buenas palabras. “Oísteis que fue dicho: Ojo por ojo, y diente por diente. Pero yo os digo: No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra; y al que quiera ponerte a pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa” (S. Mateo 5:38-40).

No se puede hacer justicia con la violencia, porque esta solo fuerza la voluntad de las personas pero no obtiene su respeto, o cuando mucho su miedo. Para “desarmar” al violento hay que presentarle un camino mejor, una posibilidad, un resquicio al cambio, que se encuentra en el amor, en el amor por principio, en el amor que actúa de manera independiente de como lo traten a él. En palabras de Mahatma Gandhi: “La humanidad no puede liberarse de la violencia más que por medio de la no violencia”, a lo que posteriormente añade: “La tarea que enfrentan los devotos de la no violencia es muy difícil, pero ninguna dificultad puede abatir a los hombres que tienen fe en su misión”.

Es una necesidad aprender a vivir en paz

Solo se puede combatir un germen tan dañino como el de la violencia por medio de la sabiduría que viene de lo alto, que “es primeramente pura, después pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía” (Santiago 3:17).

Dios es un Dios de paz, y como tal desea “en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres” (S. Lucas 2:14), y la promueve enérgicamente: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da” (S. Juan 14:27). El “Príncipe de paz” (Isaías 9:6) nos muestra que el germen de la no violencia está en tener una actitud conciliadora, pero a la vez intransigente con el mal; por eso el propio Jesús dice: “No he venido a traer paz, sino espada” (S. Mateo 10:34).

“Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (S. Mateo 5:5-9).

He aquí un llamamiento a influir en nuestro medio, a trabajar activamente en contra de la violencia. “El que quiere amar la vida y ver días buenos —nos dice el apóstol Pedro—, busque la paz y la siga” (1 Pedro 3:10, 11).


La autora es Licenciada en Traducción e Interpretación por la Universidad de Vigo, España, y autora del libro para niños Mis primeras lecturas en mi Biblia. Es editora asociada de la Asociación Publicadora Interamericana, y escribe desde Miami, Florida.

Paz: algo más que no violencia

por Mónica Díaz
  
Tomado de El Centinela®
de Septiembre 2014