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Cómo se relacionan los cristianos con la ley de Dios no solo es importante sino complejo. Pablo dice en 1 Timoteo 1:8 que “la ley es buena, si uno la usa legítimamente”. Él infiere, pues, que la ley es menos buena si se usa incorrectamente. Me gustaría sugerir que uno de los mayores peligros que enfrenta el cristiano es el mal uso de la ley de Dios. Por supuesto, todos sabemos (espero) que una persona no puede entrar en una relación salvadora con Dios por medio de la observancia de la ley. También sabemos que la función de la ley de Dios es señalar nuestro pecado (nuestra desnudez), y con ello nos conduce a Cristo para alcanzar el perdón y sus vestiduras. Además, somos conscientes del hecho de que la ley nos proporciona tanto una norma para la vida diaria como la norma para el juicio de Dios. A menudo no nos damos cuenta de que podemos ser muy celosos en guardar las leyes de Dios, mientras fracasamos rotundamente en nuestra observancia de la LEY de Dios.

Permíteme ilustrar esta idea con una pregunta: ¿Cuándo se alegran más los observadores del día de reposo, en la puesta del sol del viernes o en la puesta del sol del sábado? Puedo hacer esta pregunta en cualquier lugar del mundo a una audiencia de creyentes, y siempre me dan la misma respuesta: una especie de risita socarrona. Ellos saben de lo que estoy hablando. Muchos de nosotros guardamos el sábado como si se tratara de un castigo por ser creyente, y no como una fiesta. Guardamos el día correcto, pero con demasiada frecuencia hemos perdido el principio de la ley del amor y la relación con el Dios de amor, que le da significado a ese día. El sábado se convierte en una carga semanal en lugar de una delicia semanal.

Pienso que A. T. Jones tenía razón en la década de 1890 cuando dijo que hay tres tipos de cristianos en cuanto a la relación con el día de adoración. Hay observadores del domingo, del sábado y observadores del Shabat. Es fundamental tener en cuenta la distinción entre los dos últimos. Cualquiera puede ser un observador del sábado. Después de todo, es el día correcto. Pero se necesita la plenitud del Espíritu Santo para ser un observador del verdadero Shabat. Solo en relación amorosa con el Dios del universo podemos descubrir el verdadero significado del día de reposo. Guardar el sábado es lo correcto, pero observar el Shabat es espiritual.

Explico la idea de otra manera: Si la LEY de Dios está en nuestros corazones, es natural y normal guardar muchas de las leyes de Dios. Pero lo contrario no es cierto. Uno puede observar muchas leyes religiosas y aun así no guardar la LEY de Dios. Es decir, una persona puede obedecer externamente, pero sin tener el amor de Dios en su corazón. O para decirlo de otra manera, se puede guardar el día correcto pero ser tan malo como el diablo.

El dilema planteado por una obediencia exterior acompañada de una falta de cristianismo interior es una de las situaciones espirituales más peligrosas en la que podemos caer. El caso es que las personas que están engañadas en este punto pueden sentirse bastante satisfechas consigo mismas en lo espiritual, porque están haciendo lo correcto. Al igual que el hermano mayor de la parábola del hijo pródigo, ellas no pueden “encontrarse consigo mismas” y ver su verdadera condición.

Ese era el problema con los fariseos de la antigüedad. Nunca olvides que ellos guardaban la ley sinceramente, pero transgredieron la LEY cuando crucificaron a Cristo. Ha habido tradicionalmente un espíritu de mezquindad entre los que se centran en las leyes y no en la LEY. Esa maldad está especialmente dirigida a los que no están de acuerdo con ellos teológicamente, y/o que no pueden ser tan celosos como ellos en la obediencia a leyes, reglas o reglamentos particulares. Este espíritu no es algo nuevo. Jesús tuvo que enfrentarlo.

La súplica de Dios por nosotros es que tengamos prioridades correctas. Él quiere que guardemos su LEY, a fin de que verdaderamente podamos guardar sus leyes. El orden es absolutamente esencial y crucial. El orden correcto nos libra de un enfoque legalista de la salvación, que recrea a Dios a la imagen de un fariseo del primer siglo. El punto a recordar es que si estamos seguros en Jesús, él vivirá su vida en nosotros. Esto significa que no solo nuestro amor se reorientará hacia Dios y el prójimo, sino que además el manantial del amor de Dios se impregnará en todas nuestras acciones. “Por lo cual, este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice el Señor: Pondré mis leyes en la mente de ellos, y sobre su corazón las escribiré; y seré a ellos por Dios, y ellos me serán a mí por pueblo” (Hebreos 8:10).

El cristianismo no es solo una mejora con respecto a la vida anterior. Se trata de una transformación total de la forma de pensar, actuar y vivir. El cristiano no está solamente en Cristo, sino que Cristo está en él mediante el poder suavizador del Espíritu Santo. Podemos saber que estamos a salvo en Jesús cuando su principio de amor se convierte en la motivación que guía nuestras vidas. Uno de mis textos favoritos sobre este tema es San Juan 13:35:

  • “Por esto —dijo Jesús—, todos los hombres sabrán que sois mis discípulos, si guardáis el sábado”.
  • “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si entregáis el diezmo”.
  • “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si seguís la dieta adecuada”.

Cierta vez yo prediqué acerca de este texto (usando las distorsiones anteriores para ilustrar mi idea) y un creyente recién convertido se me acercó y exclamó: “En el capítulo 13 de Juan en mi Biblia ¡no leo esto! ¿Dónde puedo encontrar ese texto?” Él estaba buscando la línea argumentativa clásica de los legalistas. En su euforia, había ignorado mi énfasis en la lectura real: “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros”. Cómo trato a mi prójimo es la prueba de fuego del cristianismo.

Leamos Juan 13, 14 y 15, y veamos lo que dice el contexto. Una y otra vez en estos capítulos Jesús dice: “Yo los insto, ámense los unos a los otros”.

Solo sobre este principio es que se pueden observar con sentido las leyes de Dios.

  • Porque amo a mi prójimo, no voy a robarle.
  • Porque amo a mi prójimo, no codiciaré el auto de mi vecino ni su casa ni su esposa ni su esposo.
  • Porque amo a mi prójimo, no puedo usarlo/a como un objeto sexual para mi propio placer.
  • Porque amo a mi prójimo, quiero que experimente la alegría de ser salvo en Jesús.
  • Porque amo a mi prójimo, quiero compartir con él el placer del sábado.

El amor a Dios y al prójimo es la pieza central del cristianismo. Refleja la LEY que subyace en las leyes. El amor al prójimo se encuentra en el centro de la santificación, la imitación del carácter de Cristo, el juicio y la perfección cristiana. Dijo Jesús: “Por esto, todos los hombres sabrán que sois mis discípulos, si os amáis los unos a los otros” (S. Juan 13:35).


Este artículo es una condensación de una porción del capítulo dos del libro Yo solía ser perfecto, de reciente edición de Pacific Press. Si desea obtenerlo, busque en www.LibreriaAdventista.com, o llame al 1-888-765-6955.

La Ley de Dios en la vida diaria del creyente

por George Knight
  
Tomado de El Centinela®
de Septiembre 2013