Número actual
 

Para muchos de los creyentes guardar los Diez Mandamientos consiste en respetar ligeramente dos o tres preceptos. “Yo nunca he asesinado a nadie —dicen— por lo tanto, cumplo con ese mandamiento”. De hecho, a veces se consideran los preceptos del Decálogo desde una perspectiva muy superficial; por eso, ciertas ramas del cristianismo los han desdeñado y considerado inoperantes.

Según la Biblia, los Diez Mandamientos son la aplicación humana de los principios eternos de la Ley de Dios. En el cielo, donde habitan los ángeles, así como en los mundos no caídos, se respetan los mismos principios, aunque la forma en que se aplican estos principios puede ser distinta. ¿Eso quiere decir que ellos no guardan la Ley exactamente como lo hacemos nosotros? Así es. “Los principios enunciados por los Diez Mandamientos son eternos, porque se basan en el carácter de Dios, pero la forma de estos principios dados en el Sinaí estaba adaptada a la comprensión e instrucción de los hombres en su estado de pecaminosidad y natural inconformidad a la voluntad divina”.1

(La cursiva fue añadida). Lo fundamental de los Diez Mandamientos son los principios, eso es lo eterno, lo inmutable y lo perfecto de ellos. ¿Principios, qué es eso?

Un principio es la “norma o idea fundamental que rige el pensamiento o la conducta” (Diccionario de la Real Academia Española), un precepto inmutable, inalterable e incambiable. El tiempo no lo transforma. No es una costumbre ni una adaptación a determinada época. Sencillamente pervive en todo momento. En el caso de nuestros Diez Mandamientos estos principios reciben una aplicación humana. O sea, detrás de cada mandamiento de la Ley de Dios, aplicado a la experiencia humana, existe un principio que es eterno, un precepto que obedecen los ángeles en el cielo y los mundos no caídos, que ha sido así en todo momento. Es decir, los principios son los mismos, pero su redacción cambia. Y lo importante de los preceptos divinos son los principios y no tanto las formas humanas. Aquí es prudente citas las palabras del ex presidente de los Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt (1882-1945): “Las reglas no son necesariamente sagradas, pero los principios sí lo son”.2

En el recuadro podemos ver cómo se aplican tales principios en la Ley de Dios.

Los principios eternos de la Ley de Dios

por Alejandro Medina Villarreal
  
Tomado de El Centinela®
de Septiembre 2012
  

Mandamiento Principio eterno
I. No tener dioses ajenos
  • Exclusividad
II. No ídolos
  • Fidelidad
III. No tomar el nombre de Dios en vano
  • Reverencia
IV. Sábado
  • Adoración
V. Honrar a los padres
  • Respeto a la autoridad
VI. No matar
  • Preservación de la vida
VII. No fornicar
  • Pureza de vida
VIII. No hurtar
  • Integridad
IX. No mentir
  • Veracidad
X. No codiciar
  • Satisfacción con lo que se posee
  • De acuerdo con este cuadro, cada mandamiento entraña un principio. El primer precepto dice que Dios debe ocupar un lugar exclusivo, único, preferente y especial en la vida. Nada debe ubicarse antes que el amoroso Señor, nadie puede ocupar su sitio. Él es la razón por la cual usted y yo podemos existir. Si deseamos encontrarnos a nosotros mismos es necesario buscarlo a él primero; al descubrir las profundidades de su Ser, aprendemos a conocer nuestra naturaleza pecaminosa.

  • Por su parte, el segundo mandamiento dice que debemos rendirle fidelidad a Dios. Pero no se puede ser fiel a alguien que no se ama. Por lo tanto, este precepto implica amar al Señor para practicar la fidelidad hacia él. Asimismo, la fidelidad se extiende a las relaciones humanas. Si usted no es fiel a su cónyuge a quien prometió fidelidad y con quien convive todos los días, ¿cree que será honesto para con un Dios invisible? ¡Los Mandamientos son mucho más abarcantes de lo que imagina!

  • Por otro lado, el tercer precepto dice que la reverencia es un mandamiento, no una opción. “La verdadera reverencia hacia Dios es inspirada por el sentimiento de su infinita grandeza y la comprensión de su presencia”.3 Las profundas muestras de respeto y consideración hacia el Padre celestial, y todo lo que él representa (su templo, sus autoridades, su Palabra), deben ser parte de la vida de un hijo de Dios.

  • Enseguida viene el cuarto mandamiento, referente al día sábado, el cual nos dice que es necesario adorar a Dios. En otras palabras, el día santo existe para rendir adoración al Señor, por lo tanto, si no adoramos a Dios no estamos guardando el precepto divino. Ese es el mandato que observan los seres celestiales: adoran a Dios en la hermosura de la santidad. Así lo han hecho por la eternidad.

  • El quinto mandamiento nos asegura que es necesario tener respeto a las autoridades, ya sean padres, maestros, ministros, gobernantes, etcétera. No dice que debemos estar de acuerdo con ellos en todo momento, pero sí nos pide que les tengamos respeto. Ellos representan la autoridad divina; si lo hacen mal, Dios los juzgará cuando lo considere prudente. Aquí, el razonamiento se repite un poco: si no se tiene respeto hacia los padres, a los cuales uno ve cotidianamente, ¿cómo se tendrá devoción por un Dios invisible?

  • El sexto mandamiento es muy pertinente. Afirma que nosotros no debemos acabar con la vida, sino preservarla. De modo que es un imperativo divino cuidar la salud mediante un estilo de vida adecuado para mantener sano el organismo. Además, en las palabras, los actos y la forma en que nos relacionamos con los demás debiera manifestarse el deseo de ayudar a otros a ser mejores a través de nuestra influencia.

  • Los hijos de Dios no destruimos, más bien, edificamos y construimos caracteres dignos del reino de los cielos. Y para ello, el séptimo mandamiento nos da un excelente método: la pureza de vida. Es decir, mantener limpia la conciencia sabiendo que las acciones nacen de los pensamientos. Por lo tanto, cuanto más basura visual o auditiva se introduzca en la mente, mayores posibilidades existirán de que los pensamientos destructivos se cristalicen en la existencia.

  • El octavo mandamiento nos exhorta a vivir una vida caracterizada por la integridad, la honradez y la decencia. Nos pide tener respeto por las posesiones materiales o morales ajenas, y mantenernos leales a la ética del cristianismo.

  • De manera relacionada, el noveno mandamiento promueve el respeto a lo ajeno por medio de la adherencia y conformidad a la verdad. Y si Dios es la fuente de toda verdad, todo conocimiento verdadero nace de él. Por lo tanto, los hijos de Dios apartan de su vida la corrupción, el fraude y las artimañas del error.

  • Finalmente, el décimo mandamiento nos exhorta a vivir felices con lo que tenemos. ¡Qué interesante perspectiva! Disfrutar la vida es un imperativo divino y no una opción individual.

Por lo tanto, los hijos de Dios son personas dichosas, satisfechas y agradecidas con todo lo que el Señor les ha dado. Son el objeto de sus abundantes bendiciones y de su cariño constante. Ello se refleja en sus rostros, sus palabras, sus actitudes y su visión del futuro. El Señor es la razón de su alegría, su esperanza y su gozo ante cualquier tipo de circunstancia. Como alguna vez dijera el apóstol Pablo: “No lo digo porque tenga escasez, pues he aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación. Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4: 11-13).

La ley de Dios da sentido a la existencia de los seres humanos y a todos los habitantes del universo celestial. Al obedecerla, los hijos de Dios aprenden a disfrutar la vida de la mano de Dios. Por esa razón, ella es la base y el reflejo del carácter del Señor. ¡A quién se le ocurre afirmar que la santa Ley de Dios está abolida! ¡Quién se atreve a aseverar semejante disparate! Solo a Satanás y a aquellos que se dejan influir por sus dichos.

1Diccionario bíblico adventista, p. 323.
2The Columbia Dictionary of Quotations.
3Elena G. de White, Conducción del niño (Buenos Aires: Asociación Editora Sudamericana, 1974), p. 510.


El autor es licenciado en Teología y es director editorial de GEMA, con sede en México.