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El miércoles, 27 de mayo de 2015, los amantes del fútbol en todo el mundo empezaron el día con una noticia tan sensacional como escandalosa: Siete altos funcionarios de la Federación Internacional de Fútbol Asociado (FIFA) fueron apresados mientras se hospedaban en un lujoso hotel de Zúrich, Suiza. La policía suiza hizo las detenciones a solicitud de la justicia de los Estados Unidos, país que acusa a estos hombres de estar vinculados a una trama de corrupción generalizada dentro de la FIFA que involucra sobornos realizados durante veinte años y que ascienden a unos 150 millones de dólares. Según las palabras de la Fiscal de los Estados Unidos, Loretta Lynch, la FIFA —que entre los años 2007 y 2014 generó ingresos por unos diez mil millones de dólares— padece de una corrupción “rampante, sistémica y profundamente arraigada”.

Para millones de personas que semana a semana encuentran en el fútbol su escape de la rutina y los sinsabores de la vida, la noticia cayó como un balde de agua fría, a pesar de que los rumores de corrupción en la FIFA han existido desde hace años. Pero es que enterarse de que las personas en posiciones de poder aprovechan para llenarse los bolsillos, negándole al pueblo beneficios que le correspondían, es siempre indignante e inaceptable.

“Donde hay grandes sumas de dinero, es recomendable no confiar en nadie”, escribió Agatha Christie. Frase lapidaria, considerando que el fundamento mismo de la sociedad contemporánea son el materialismo y el consumismo. Esto ha hecho que el dinero, de ser un agente de intercambio para adquirir bienes básicos, haya pasado a ser un valor central en la vida de los seres humanos, convertidos hoy en consumidores desesperados. El resultado es que jamás hubo tanto dinero en el mundo como hoy, ni estuvo tan mal distribuido, ni se sintió la gente tan desesperada por adquirirlo aun a expensas de valores como la solidaridad, el respeto, la confianza y la honestidad.

A la mentalidad consumista y, por lo tanto, sedienta de dinero se une otro factor: la globalización, hecha posible por el desarrollo de las tecnologías de comunicación. Esto posibilita realizar transacciones económicas entre los distintos puntos del planeta a la velocidad de la luz. De manera que la avaricia, siempre creativa, cuenta con el incentivo de la tecnología para saltarse océanos y fronteras, y buscar paraísos dónde depositar —en forma de dinero— las esperanzas de los corruptos; esperanzas que llevan en sí el hambre de muchos.

Solo que los dirigentes imputados de la FIFA se equivocaron de paraíso al usar el territorio y los bancos estadounidenses. Lo que explica por qué fue este país el que interviniera como policía en el festín de sobornos y prebendas dentro de ese poderoso organismo deportivo, que a la postre le costaría el puesto a su recién reelecto presidente, Joseph Blatter.

Por qué Dios condena la corrupción

No son nuevos el soborno y todas las demás formas de corrupción existentes. Y tampoco es nuevo que la corrupción sea tan aborrecible. Hace unos 3.400 años Moisés escribió: “No recibirás soborno, porque el soborno ciega a los que ven y pervierte las palabras de los justos” (Éxodo 23:8, versión Reina-Valera 1995). Y Salomón escribió: “El Señor aborrece las balanzas adulteradas, pero aprueba las pesas exactas” (Proverbios 11:1, Nueva Versión Internacional). La Biblia escoge los términos más severos para condenar el soborno y la corrupción en general. ¿Por qué?

En primer lugar, porque Dios llama a todo ser humano a una vida de compromiso con la justicia, la misericordia y la humildad: “Oh hombre, él te ha declarado lo que es bueno, y qué pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios” (Miqueas 6:8). Estas palabras fueron escritas por el profeta como preámbulo a una durísima condena del soborno y la corrupción en Israel (ver vers. 10, 11). Desde la perspectiva divina, este planeta solo es vivible si sus habitantes practican la justicia, la misericordia y la humildad. La corrupción en todas sus formas solo hace de este planeta un lugar invivible.

En segundo lugar, la Biblia enseña que Dios estableció las autoridades con el propósito de proteger y proveer cuidados que garanticen la prosperidad. A Adán, Dios “lo puso en el jardín del Edén para que lo cultivara y lo cuidara” (Génesis 2:15, Nueva Versión Internacional). Ese es el principio fundamental de toda posición de poder: cultivar y cuidar. Aplicado a nuestra vida moderna, este principio establece que toda persona en posición de liderazgo tiene el deber moral de proteger la dignidad y el bienestar de aquellos a quienes sirve, especialmente a los más débiles y vulnerables. A esto se le llama en la Escritura “hacer justicia”. Después de la idolatría, el segundo tema más preponderante en la Biblia es la justicia. Jesús enseñó que aquellos que detentan alguna forma de autoridad, es porque Dios se la ha dado (ver S. Juan 19:11), y deben usarla para hacer justicia y misericordia; jamás para delinquir.

La peor tragedia que le puede acontecer a una civilización es que sus integrantes se llenen de rapiña monetaria, que es la realidad que vivimos en el mundo de hoy. Un cálculo hecho en 2008 por la organización cristiana Christian Aid (Ayuda cristiana), determinó que solo por la evasión de impuestos de parte de las compañías transnacionales, cada año los países pobres pierden unos 160 mil millones de dólares. El problema es que si estos países recibieran ese dinero, difícilmente los más desprotegidos se verían beneficiados, a causa de la corrupción en las estructuras de poder de estas naciones. Óscar Enrique Ortiz, zar anticorrupción en Colombia, afirma que su país pierde al año unos 4.000 millones de dólares por la corrupción de los funcionarios públicos, mientras que a México le cuesta casi 23.000 millones de dólares anuales, según un grupo de expertos del Observatorio Económico de México. Es un fenómeno tan profundamente enraizado en la psiquis de la mayoría de los países en desarrollo, que se lo puede encontrar en casi cada entidad pública y privada, incluyendo las organizaciones religiosas.

El lado positivo

A pesar de lo deprimente y por momentos angustiante que resulta el tema de la corrupción en nuestro mundo, hay un lado positivo cuando se lo analiza desde el punto de vista de las Escrituras. La Biblia dice que la corrupción y la inmoralidad rampantes serían una señal que precedería a la liberación final que Dios realizará en este mundo (ver 2 Timoteo 3:1-3). “He aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra”, dice Jesús en Apocalipsis 22:12. La promesa bíblica es que Cristo vendrá para limpiar la tierra de todo mal. Pero antes de ese momento, él se propone limpiar el corazón de aquellos que estén dispuestos a hacer justicia, misericordia y ser humildes delante de Dios.

El escándalo de la FIFA es solo una evidencia más de que este mundo está enfermo más allá de toda capacidad del hombre para sanarse a sí mismo. La idolatría del dinero y el materialismo solo puede ser sanada cuando el corazón acepta someter sus amores desordenados al control de un Poder superior. Aceptar el gobierno de Dios en la vida es aceptar una nueva forma de riqueza: limpia, verdadera y transparente.

1. La Nación, Argentina, 27 de mayo de 2015.
2. Christian Aid, The Price of Tax Dodging in the Developing World [Evasión de impuestos en el mundo subdesarrollado]. En línea. Consultado en http://www.christianaid.org.uk/pressoffice/pressreleases/comment/the-price-of-tax-dodging-in-the-developing-world.aspx>
3. América Economía. Consultado en http://www.americaeconomia.com/economia-mercados/finanzas/la-corrupcion-en-mexico-le-cuesta-al-pais-us22848m-anuales


El autor es máster en Educación, conferenciante, y escribe desde Portland, Oregon.

La corrupción de cuello blanco

por Edwin López
  
Tomado de El Centinela®
de Agosto 2015