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Se dice que la felicidad consiste en descubrir las verdaderas necesidades y en aprender a satisfacerlas. Esta declaración diría todo respecto del sentido de la vida, si no fuera que el término necesidad no es de simple y fácil definición.

Abraham Maslow, psicólogo estadounidense (1908-1970), conocido como uno de los fundadores y principales exponentes de la psicología humanista —una corriente psicológica que postula la existencia de una tendencia humana básica hacia la salud mental, que se manifestaría como procesos continuos de búsqueda de autorrealización—, intenta definir y jerarquizar el sentido de la necesidad.

En su obra, Una teoría sobre la motivación humana (A Theory of Human Motivation, 1943), Maslow formula una jerarquía de necesidades y defiende la idea de que conforme se satisfacen las más básicas, los seres humanos desarrollamos necesidades y deseos más elevados. La escala de las necesidades de Maslow se describe a menudo como una pirámide que consta de cinco niveles: los cuatro primeros, en la escala inferior de la pirámide (fisiológicas, seguridad, afiliación, reconocimiento), pueden ser agrupados como “necesidades de déficit” (deficit needs o D-needs); y al nivel superior lo denominó “autorrealización”, “motivación de crecimiento” o “necesidad de ser” (being needs o B-needs). Según él, “la diferencia estriba en que mientras las necesidades de déficit pueden ser satisfechas, la necesidad de ser es una fuerza impelente continua”. En tal sentido, esta necesidad de ser es una fuerza que todos los seres humanos llevamos dentro y que nos impulsa a la eternidad. Es algo que el tiempo no puede satisfacer. En otros términos, podríamos decir que todos tenemos una sed de eternidad porque hemos sido creados a la imagen y semejanza del Eterno.

En un sentido menos filosófico, todos sabemos que las necesidades más acuciantes son las físicas y las afectivas, las del primer nivel en la escala de Maslow. En realidad, tal es el poder de esta clase de necesidades que, como escribió Nietzsche, “cualquier ideología se convierte en una ilusión engañosa ante una necesidad insatisfecha”.

El refranero popular da cuenta del sentido profundo de la palabra que nos ocupa en formas creativas y sorprendentes. Por ejemplo, “la necesidad tiene cara de perro”, o “de hereje” (según la versión). ¡Cuántas veces lo hemos repetido! O este otro dicho: “No hay necesidad más dispendiosa que la que viene de la opinión” (Rousseau). Una paráfrasis sería: “No hay necesidad más cara que la que dicta el vecino”. Muchos se empobrecieron mirando al costado de su casa. Este es el engaño de la mercadotecnia, que convierte la necesidad en deseo, y luego convierte el deseo en un producto para satisfacer necesidades muchas veces ficticias. Por eso, para no empobrecernos, es sabio que sepamos cuáles son nuestras verdaderas necesidades.

Hay un texto bíblico que nos orienta en este camino de búsqueda. Se encuentra en 2 Reyes 4:1-7: “Una mujer, de las mujeres de los hijos de los profetas, clamó a Eliseo, diciendo: Tu siervo mi marido ha muerto; y tú sabes que tu siervo era temeroso de Jehová; y ha venido el acreedor para tomarse dos hijos míos por siervos. Y Eliseo le dijo: ¿Qué te haré yo? Declárame qué tienes en casa. Y ella dijo: Tu sierva ninguna cosa tiene en casa, sino una vasija de aceite. El le dijo: Ve y pide para ti vasijas prestadas de todos tus vecinos, vasijas vacías, no pocas. Entra luego, y enciérrate tú y tus hijos; y echa en todas las vasijas, y cuando una esté llena, ponla aparte. Y se fue la mujer, y cerró la puerta encerrándose ella y sus hijos; y ellos le traían las vasijas, y ella echaba del aceite. Cuando las vasijas estuvieron llenas, dijo a un hijo suyo: Tráeme aún otras vasijas. Y él dijo: No hay más vasijas. Entonces cesó el aceite. Vino ella luego, y lo contó al varón de Dios, el cual dijo: Ve y vende el aceite, y paga a tus acreedores; y tú y tus hijos vivid de lo que quede”.

El texto podríamos resumirlo de la siguiente manera: Una necesidad insatisfecha nos lleva a una desesperación sin aparente salida, que a su vez puede conducirnos a una dependencia insustituible, para finalmente guiarnos a un rescate inevitable. Así, estas cuatro palabras, necesidad, desesperación, dependencia y rescate son el hilo conductor de sentido de este texto maravilloso.

Ahora bien, cuanto más nos elevamos en la escala de nuestras necesidades, como seres humanos se nos hace imposible satisfacer esa necesidad de eternidad que descansa en el secreto de cada corazón. Y allí, entonces, en lo más alto de esa escala, encontramos a Dios. Por otra parte, y paradójicamente, cuando nuestra necesidad básica de supervivencia es mayor, cuando en la desesperación vemos agotadas todas nuestras posibilidades, cuando estamos en peligro de vida, también allí aparece Dios. Porque la mayor necesidad del hombre es la gran posibilidad del Todopoderoso.

Esto es lo que supo aquella viuda, mujer justa, esposa de un profeta, cuya débil fe la llevó a Eliseo. Y es también lo que supo el profeta, que a la vez que le declaraba toda su impotencia humana a aquella mujer, veía en esas circunstancias la ocasión para la salvación de una familia. Porque Dios es poderoso para salvar al justo.

Quiera Dios darnos el don de la fe para saber que después de la desesperación siempre viene el rescate.

La necesidad

por Ricardo Bentancur
  
Tomado de El Centinela®
de Agosto 2011