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Uno de los temas que más nos obsesionan es el del fin del mundo. Continuamente vemos noticias en los periódicos que anuncian una posible catástrofe que acabará con el planeta. Este tema, que en el pasado era exclusivamente patrimonio del mundo religioso o de la prensa amarillista, hoy también se ha instalado en el ámbito científico. Ante las evidencias del avance en la contaminación del agua, el calentamiento global, la amenaza de asteroides que al impactar la tierra produzcan desastres a escala global, y la posibilidad de que en algún momento estalle una guerra nuclear, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) desde hace varios años está discutiendo los protocolos a seguir en caso de una inminente catástrofe mundial de cualquiera de estas índoles.

La Biblia y el fin del mundo

Es interesante notar que la Biblia nunca habla del fin de este mundo. La Biblia presenta a Dios como Creador, no como destructor. Dios creó un mundo perfecto para que fuera habitado y gobernado por seres humanos perfectos. Pero el hombre decidió separarse de Dios y entregar el dominio de este mundo a Satanás, un ser poderoso pero maligno que procura destruir la creación de Dios. Desde entonces el mundo fue escenario de un sistema de vida basado en principios malignos que terminará en la destrucción total si es que no ocurre una reversión del sistema.

Dios interviene

Ante la realidad de la decadencia, el Creador intervino a fin de redireccionar el planeta hacia los principios perfectos de la creación. Y porque un ser humano cedió el dominio de la tierra a Satanás, un ser humano debía recuperarlo. El respeto de Dios por la libertad de sus criaturas exigía que fuera esa la única vía para recuperar el planeta perdido. Dios inauguró la obra de rescate más maravillosa e impresionante que alguna vez se haya realizado. Se hizo hombre en la persona de Jesucristo y nació como un nióo indefenso en una aldea común de este planeta, la que aún existe, como testimonio de la realidad histórica de esta empresa divina: Belén de Judea.

Jesús creció en las circunstancias normales en las que un nióo de clase pobre de este mundo debe vivir. A medida que crecía, debió descubrir mediante el testimonio de su madre, por las Escrituras y la Providencia que era el Hijo de Dios. No podía tener consciencia previa de su filiación divina porque si hubiera sido así, no habría sido un ser humano como nosotros. Jesús debía aprender y creer por fe que era Dios hecho carne. Por eso una de las tentaciones más poderosas de Satanás apuntaba a hacerlo dudar de su filiación divina (ver S. Mateo 4:1-4). Esta historia de connotaciones divinas no podía tener características más mundanas que las que estoy mencionando. No tiene la forma del mito ni de leyenda, sino que representa la intervención de Dios en nuestra historia concreta y humana.

La misión de Jesucristo en la tierra tuvo cuatro facetas: (a) no ceder en ningún momento a los principios decadentes que Satanás inició cuando Adán le entregó el dominio de este planeta; (b) mostrarles a los hombres, por medio de su vida, que Dios es amor y que busca el perdón y la restauración de todos los seres humanos sin importar su condición; (c) sufrir la muerte, que es el resultado de la separación de Dios, en lugar del hombre; (d) resucitarse para ir al cielo junto a su Padre con el fin de volver para restaurar el perfecto reino original en la tierra.

El segundo advenimiento de Cristo y el fin del mundo

El segundo advenimiento de Cristo no es el fin del mundo; es la restauración del sistema perfecto y original para que este planeta, que fue creado para subsistir por siempre, pueda alinearse nuevamente con ese objetivo. El segundo advenimiento de Cristo es el acto divino por el que Dios interviene en este planeta antes que se destruya por el efecto de la acción de Satanás y del hombre corrupto. No es un acto de destrucción sino de restauración. Alguien podría preguntar: “¿Pero no habla la Biblia de que antes de la venida de Cristo habrá catástrofes y grandes males que son seóales de su inminencia?” Es verdad, pero debiéramos entender que esas seóales son síntomas de un planeta que avanza hacia la autodestrucción, y que Dios utiliza para mostrarnos que antes que eso suceda él intervendrá para salvarlo.

Cierta vez, un amigo que alquila casas me dijo que hay inquilinos que después de haber vivido en ellas las dejan prácticamente destruidas. En estos casos, el fin del contrato de alquiler era la salvación de esas casas, porque si quedaban en manos de esas personas irresponsables, tarde o temprano serían destruidas. De la misma manera, el segundo advenimiento de Cristo representa el fin del contrato de renta de este mundo para los seres humanos irresponsables. Dios intervendrá en este planeta para restaurarlo, antes que sea destruido por la acción de sus habitantes.

¿Qué debemos hacer?

La Biblia describe los tiempos antes que Dios intervenga aquí con propósitos de salvación. Serán tiempos terribles. Los habitantes de este mundo podrán comenzar a anticipar la autodestrucción inminente por causa de la maldad del hombre. Pero Dios ofrece protección para todos aquellos que deseen identificarse con Jesucristo y prepararse para continuar viviendo en este planeta (ver Apocalipsis 7:1-4).

Esta destrucción que se anticipa no será el fin del mundo, sino el fin del sistema de corrupción y decadencia que inició Satanás cuando logró que el ser humano se separara de Dios. Jesús no viene a destruir sino a restaurar. Viene a salvarnos de la destrucción a la que este planeta se está encaminando por causa de la corrupción del hombre.

La Biblia termina con restauración

San Juan nos comparte esta visión: “Me mostró un río limpio de agua de vida, resplandeciente como cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero. En medio de la calle de la ciudad, y a uno y otro lado del río, estaba el árbol de la vida, que produce doce frutos, dando cada mes su fruto; y las hojas del árbol eran para la sanidad de las naciones. Y no habrá más maldición; y el trono de Dios y del Cordero estará en ella, y sus siervos le servirán, y verán su rostro, y su nombre estará en sus frentes. No habrá allí más noche; y no tienen necesidad de luz de lámpara, ni de luz del sol, porque Dios el Seóor los iluminará; y reinarán por los siglos de los siglos” (Apocalipsis 22:1-5).

“Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas. Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas” (Apocalipsis 21:5).

Nuestro Dios no es destructor. Él es la vida. No viene a acabar con el mundo; viene a restaurarlo.

El autor es ministro cristiano. Escribe desde Lawrenceville, Georgia.

La Biblia y el fin del mundo

por Joel Barrios
  
Tomado de El Centinela®
de Julio 2016