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En la ciudad donde nací había una refinería de petróleo con una chimenea que ardía todo el tiempo. Desde que tuve uso de razón recuerdo aquella chimenea, por la que salía una llamarada de fuego de día y de noche. Pasé mi infancia, mi adolescencia y primera juventud viendo aquella luz que emitía la chimenea. Jamás se apagó. Con los aóos, dejé la casa paterna para formar mi propio hogar, pero nunca he olvidado la lección de aquella chimenea: Esa luz “milagrosa” me recuerda a mi madre. Ella era el fuego constante que daba calor y luz al hogar. Jamás se apagó.

Desde temprano en la maóana hasta entrada la noche, mi madre trabajaba por el bien de la familia. Siempre tenía innumerables cosas que hacer: comprar y preparar la comida, limpiar la casa, llevarnos a la escuela en la maóana e ir por nosotros a la tarde, ayudarnos con las tareas escolares en las tardecitas; y, si alguno de sus hijos se enfermaba, se quedaba despierta junto a la cama toda la noche. Siempre pensé que mi madre jamás dormía porque jamás se cansaba.

Aunque mi madre hubiera querido “trabajar tiempo parcial” en la casa, no hubiera podido. Sus exigencias no se lo permitían. No tomaba “libre” ni el fin de semana ni los días feriados. Si todos en casa hubiéramos advertido que mi madre nos dedicaba unas 98 horas por semana, debiéramos haberle pagado no menos de 120.000 dólares anuales. Por supuesto, más de la mitad hubiese sido por las “horas extras”, porque su trabajo excedía las ocho horas reglamentarias.

Todas las madres son abejas

La abeja es un insecto generoso y útil. Se caracteriza por su laboriosidad, por producir un sabroso alimento, por construir una vivienda ejemplar, y por la capacidad para trabajar solidariamente en equipo. La abeja es una criaturita social sujeta a una compleja y sofisticada organización. Otro rasgo importante es su carácter temible y valiente a la hora de defender la colmena. Posee un poderoso aguijón que utiliza con eficacia y coraje contra sus enemigos, aunque la acometida pueda costarle la vida. Probablemente su principal reputación proviene de la notable aptitud para producir la miel, una de las sustancias más exquisitas y nutritivas de la naturaleza.

Débora, la madre de Israel

Todas las virtudes de una abeja ilustran gráficamente la vida de un personaje excepcional de los tiempos del Antiguo Testamento, que precisamente recibió el nombre de “abeja” o “avispa”.* Se trata de la profetisa “Débora”,1 vocablo hebreo que significa el nombre del insecto productor de la miel. En la vida de Débora, su nombre reproduce admirablemente las peculiaridades de la abeja.

Eran tiempos difíciles para Israel (ver Jueces 4). Los cananeos y sus aliados los habían subyugado. El pueblo estaba desanimado. Débora era la dirigente máxima de la federación de tribus israelitas. Por mandato divino llamó a Barac, el caudillo militar, y le pidió que dirigiera las fuerzas tribales contra el enemigo. La respuesta de Barac fue “solo iré si tú me acompaóas” (ver vers. 8). ¡Tremendo hombre! Suena a ironía, pero no lo es, porque el hombre es más hombre cuando reconoce el valor de una mujer. Ella accedió. Lo acompaóó y hubo una gloriosa victoria para Israel. En los momentos de celebración, Débora fue movida a alabar a Dios por medio de un canto. Se trata de una composición lírica de alta calidad literaria y de gran fuerza expresiva. Se la conoce como el “Canto de Débora” o el “Canto de Débora y Barac”, registrado en el capítulo 5 del libro de los Jueces. Aunque era una notable figura en Israel — jueza, profetisa, líder indiscutida—, Débora no hizo alusión a sus “títulos” sino a su privilegio de ser madre: “Los guerreros de Israel desaparecieron; desaparecieron hasta que yo me levanté. ¡Yo, Débora, me levanté como una madre en Israel!” (Jueces 5:7, NVI).2

Con esa figura literaria Débora se honró a sí misma. Y así honró también su destino, que se expresaba en su nombre: ese insecto laborioso, incansable, que trabaja para la colmena y que está dispuesto a dar su vida en el cumplimiento de su deber.

La mejor metáfora de la vida y del amor es la palabra madre. El propio apóstol Pablo usó esa palabra para ilustrar el amor hacia sus hermanos: “Aunque como apóstoles de Cristo hubiéramos podido ser exigentes con ustedes, los tratamos con delicadeza. Como una madre que amamanta y cuida a sus hijos, así nosotros, por el carióo que les tenemos, nos deleitamos en compartir con ustedes no solo el evangelio de Dios sino también nuestra vida” (1 Tesalonicenses 2:7, 8; NVI, énfasis agregado). El abnegado apóstol se compara con una madre en su entrega a la tarea de evangelizar de día y de noche. Efectivamente, había estado dando su vida a sus “hijos” en Tesalónica. Qué palabra más apropiada para expresar su amor.

Conclusión

Hace pocos días le detectaron un cáncer a mi madre. En esta maóana, mientras escribo estas líneas, hablé con ella antes de que entrara en el hospital. Solo recibí de ella palabras de aliento. No habló de su dolor; en todo momento trató de alentarme, de insuflarme esperanza, de darme esa luz y ese calor que, como aquella chimenea de mi infancia, jamás se apagó.

1. Siegfried H. Horn. Diccionario Bíblico Adventista (Buenos Aires, Argentina: Asociación Casa Editora Sudamericana, 1995), p. 309.

2. Las citas bíblicas marcadas con NVI están tomadas de la Santa Biblia, Nueva Versión Internacional, derechos reservados © 1999 por Bíblica, Inc.®. Utilizado con permiso.

El autor es pastor adventista, y escribe desde McAllen, Texas.

Todas las madres son abejas

por Sergio Balboa
  
Tomado de El Centinela®
de Mayo 2016