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La respuesta a esta pregunta está muy relacionada con el proceso de la salvación.

Apenas había terminado de presentar un seminario sobre el reavivamiento en una iglesia local, cuando un anciano se me acercó. Evidentemente había sido cristiano durante muchos años. Amablemente, este caballero de avanzada edad pidió permiso para hacerme una pregunta. Cuando accedí, en seguida comenzó a citar varios versículos de la Biblia. Era obvio que conocía bastante bien la Biblia. Al principio no entendí a dónde se dirigía con sus comentarios, pero entonces llegó al meollo de su pregunta: ¿Es el Espíritu Santo una divina influencia, una fuerza que emana de Dios o es la tercera persona de la Deidad? Muchos cristianos están confundidos con este tema.

¿Es el Espíritu Santo un poder que fluye de Dios como algún tipo de influencia impersonal, o es el Espíritu Santo una persona divina? Le expliqué a mi nuevo amigo que esta pregunta es de enorme importancia.

Si el Espíritu Santo es la tercera persona de la Deidad, igual que el Padre y el Hijo, pero lo consideramos una influencia impersonal, le estamos robando a una persona divina el honor, el respeto y amor que solo le pertenecen a él. Si el Espíritu Santo es una mera influencia o poder, intentaremos apoderarnos de tal poder y utilizarlo. Pero si reconocemos que el Espíritu Santo es una persona, nos rendiremos a su influencia y conducción, abriremos nuestro corazón a sus instrucciones y le cederemos nuestra voluntad. Nuestro único deseo será permitirle que nos use.

Es absolutamente vital entender quién es el Espíritu Santo y cómo obra. El concepto falso del Espíritu Santo como un poder o una fuerza puede llevarnos a la exaltación propia: “Miren cuánto poder tengo”. Por contraste, el concepto correcto del Espíritu Santo como la tercera persona de la Deidad nos lleva a rendirnos a su voluntad.

Desafortunadamente, muchos cristianos en iglesias de todo el mundo no tienen una comprensión clara de quién es el Espíritu Santo o cuál es su obra en sus vidas. El Dr. Bill Bright, el fundador y ex presidente de Campus Crusade for Christ (Cruzada universitaria por Cristo), señala que su organización ha encuestado a “miles de cristianos en iglesias alrededor del mundo”, y tristemente, “cerca de un 95 por ciento de los encuestados indica que tiene poco conocimiento acerca de quién es el Espíritu Santo o por qué existe”.

¡Qué tragedia! Entender la enseñanza de la Biblia acerca del Espíritu Santo es absolutamente vital para el desarrollo de la vida cristiana.

¿Quién es el Espíritu Santo?

Es bastante fácil para nosotros percibir al Padre y a Jesús como personas. Nuestra mente se forma imágenes mentales de ambos. Pero al considerar que el Espíritu Santo es alguien misterioso, invisible y un tanto secreto, y que su presencia es universal, a veces tenemos dudas acerca de su identidad.

He aquí el error que cometemos. A menudo igualamos la personalidad divina con su visibilidad. Si el Espíritu Santo es omnipresente, concluimos que debe ser la fuerza o presencia de Dios, pero no un ser divino. Es verdad que nunca entenderemos la complejidad de los caminos de Dios. Según dijera un teólogo destacado: “Intentar entender la Trinidad equivale a perder la mente. Negar la Trinidad equivale a perder el alma”. Pero la buena noticia es que no tenemos que entender todo respecto de algo para apreciar algo que quizá conocemos solo parcialmente. Yo no entiendo todo lo referido a la electricidad, pero no voy a permanecer en la oscuridad hasta que la entienda.

Igualmente, aunque no comprendamos completamente todo sobre la naturaleza del Espíritu Santo, podemos recibir la enseñanza bíblica sobre el Espíritu por la fe e invitar al divino Inquilino a que se hospede en nuestro corazón.

Hay otro problema serio con la idea de que el Espíritu Santo es meramente una fuerza o la influencia poderosa de Dios y no la tercera persona de la Deidad: La idea es contraria a las Santas Escrituras. La Biblia contiene tres textos sencillos del Nuevo Testamento que describen el trío divino que compone la Deidad. Ninguno de estos pasajes sugiere que un miembro de la Deidad sea inferior o de menor valor que el otro. El último mandato de nuestro Señor a sus discípulos fue: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo” (S. Mateo 28:19). Cuando los creyentes del Nuevo Testamento se hicieron cristianos, entraron en una comunión divina, una integración celestial con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

En Efesios 2:18, el apóstol Pablo describe la unidad de propósito de la Deidad con estas palabras: “Por medio de él los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre”; y el apóstol describe la unidad de la Deidad en Hebreos 10:9-15 en términos de tres acciones: El Padre decide, el Hijo obra y el Espíritu Santo testifica.

A lo largo de las Escrituras, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo colaboran para cumplir el propósito del Cielo en el plan de la redención. Están presentes en la creación, en el bautismo de Jesús, a lo largo de su vida, en la cruz, la resurrección y durante su ministerio en el Santuario celestial.

El apóstol Pablo concluye su segunda carta a los corintios con estas palabras reveladoras: “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros. Amén” (2 Corintios 13:14). Este texto habla de tres cosas: El amor de Dios, la gracia de Cristo y la comunión del Espíritu Santo.

En el Antiguo Testamento, Dios reveló su amor por medio de las advertencias e instrucciones de los profetas. En el Nuevo Testamento, Dios reveló su amor por medio de la vida y la muerte de Jesús. A este amor lo llamamos gracia. Desde la resurrección de Jesús y la inauguración de su ministerio en el Santuario celestial, Dios revela su amor por medio de la presencia personal o comunión del Espíritu Santo en nuestra vida.

Por medio del Espíritu Santo somos llevados al compañerismo con el Padre y el Hijo. Por medio del Espíritu Santo entramos en comunión íntima con Dios. Antes que Cristo viniera en la carne, el Padre era la persona más conspicua de la Deidad, la que colmaba el horizonte. Cuando Jesús vino, él colmó el horizonte. El mundo del Nuevo Testamento vio el amor de Dios por medio de Jesús. Por esto es que Jesús dijo: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (S. Juan 14:9).

Una vez que Jesús ascendió al cielo, entramos en una nueva dispensación: La dispensación del Espíritu Santo. El Espíritu Santo es tan real, tan divina persona, tan miembro de la Deidad como el Padre y el Hijo. El Espíritu Santo no es una influencia nebulosa que emana del Padre. No es una fuerza impersonal, algo que apenas puede reconocerse, ni tampoco un principio invisible de vida.

El Espíritu Santo es divino

LeRoy E. Froom en su libro La venida del Consolador lo expresa de esta manera: “Jesús fue la persona más notable e influyente que jamás existiera en este viejo mundo; y el Espíritu Santo vino a llenar su lugar vacante. Nadie sino una persona divina podía tomar el lugar de su persona maravillosa. Jamás una mera influencia hubiera sido suficiente” (pp. 37, 38).

Como un trío que canta una música celestial en tres partes, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo unen armoniosamente sus voces en un canto de salvación para redimirnos. El Espíritu Santo vino con la plenitud del poder divino a los primeros discípulos en Pentecostés. El plan del Cielo es que el Espíritu Santo venga con la plenitud del poder divino sobre todo creyente.

En los capítulos 14 al 16 del Evangelio de Juan, Jesús describe el ministerio del Espíritu Santo en detalle. Estas son probablemente algunas de sus palabras más importantes. Sus enseñanzas sobre el Espíritu Santo pueden transformar la vida.

He aquí las palabras del propio Jesús: “Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros” (S. Juan 14:16, 17). En San Juan 16:7, el Maestro añade: “Si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré”.

Según la Palabra de Dios, el Espíritu Santo cumple varias funciones: (1) El Espíritu Santo es nuestro Ayudador (S. Juan 14:16). (2) El Espíritu Santo es nuestro Maestro personal (S. Juan 16:13). (3) El Espíritu Santo es nuestro Guía personal en las decisiones que tomamos en la vida (S. Juan 16:8, 13). El Salmo 32:8 añade: “Te haré entender, y te enseñaré el camino en que debes andar; sobre ti fijaré mis ojos”.

Sea cual fuere la manera en que Dios nos guía, lo hace a través de su Espíritu Santo. ¿Abrirás hoy su corazón a su influencia transformadora?


El autor es un evangelista internacional cuya predicación ha alcanzado a millones de personas en cruzadas evangelizadoras y a través de la televisión. Escribe desde Silver Spring, Maryland.

¿Es el Espíritu Santo un poder o una persona?

por Mark Finley
  
Tomado de El Centinela®
de Marzo 2011