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En estos días, cuando pensamos en familia, en lo que menos pensamos es en la palabra “bendecida”, pues cada vez vemos más familias a quienes les es difícil criar a sus hijos, tener un matrimonio saludable, o solucionar las constantes complicaciones a las que son sometidas.

Nadie se casa pensando en fracasar; todos nos casamos pensando en que la historia de nuestro matrimonio culminará con esta frase: “Y vivieron felices para siempre”. Pero en estos tiempos hay cada vez más hogares monoparentales. Algo falló en algún recodo del camino, y lo que se inició con una luna de miel, terminó con un aluvión de hiel.

Cuando pensamos en hogares donde solo el padre o la madre está presente, las cosas se complican más. Es casi imposible criar hijos a control remoto, debido a la ausencia de una

figura de autoridad, ya que es necesario trabajar más tiempo para cubrir las necesidades.

Nuestra generación actual de hijos e hijas no es recibida en casa por papá o mamá. Los hijos llegan a una casa vacía que se ha transformado en apenas un lugar de paso para la familia. En la generación anterior, las jovencitas experimentaban con el sexo y el embarazo no deseado en los asientos traseros de los automóviles; hoy lo hacen en sus propias camas, ante la ausencia de quienes deberían ayudarlas a ingresar en la edad adulta con las mejores herramientas.

Parece que vamos en una carrera alocada hacia un callejón sin salida, o hacia un precipicio donde abajo nos esperan las filosas rocas de la destrucción ¿Estamos a tiempo de cambiar? ¿Es este el fin de la familia tradicional?

En mis años de infancia veía una serie de televisión que se transmitía solamente los domingos. Una familia se reunía a comer cada domingo. Con frecuencia discutían y parecían no ponerse de acuerdo, pues no hay familias perfectas e infalibles, pero siempre terminaban almorzando juntos, abrazados y sonrientes. Mientras el episodio terminaba, se escuchaba la canción tema de la serie, cuyas palabras aún resuenan en mis oídos: “No hay nada más lindo que la familia unida, atada por los lazos del amor”.

En nuestro hogar acostumbramos comer juntos, a menos que yo ande de viaje o no esté cerca de casa. A veces llego a casa a las cinco o seis de la tarde, y mi esposa aún me está esperando para que comamos juntos. Quiero compartir contigo unos pocos elementos que te ayudarán a poder decir: “No hay nada más lindo que la familia unida”.

1. Ordenen sus prioridades. Nuestras prioridades están trastocadas. Una maestra le preguntó a una niña pequeña cuales eran sus planes para cuando fuera grande. Ella contestó. “Tener muchos hijos y casarme”. La maestra replicó: “Aunque no necesariamente en ese orden”. Aunque la historia parezca irrelevante, nos enseña algo de gran valor: la garantía del éxito está en poner las cosas en el orden correcto.

Muchos corremos detrás de lo material, pensando que una vez que logremos tenerlo todo, nuestro hogar será feliz. Pero para ser feliz un hogar no requiere de abundancia de cosas materiales, sino de abundancia de amor. De nada sirve una refrigeradora repleta de los mejores manjares, si cada miembro de la familia come encerrado en su habitación.

Sócrates, el filósofo griego, decía: “Me gustaría subir a la montaña más alta de Atenas y gritar: ‘¡Conciudadanos, ¿por qué se empeñan en gastar tanto tiempo en preparar el camino para sus hijos, y tan poco tiempo en preparar a sus hijos para el camino?!’”.

Tal vez nosotros deberíamos estar diciendo lo mismo, porque las prioridades se han salido de lugar. Hoy, el sistema escolar está preparado para que nuestros hijos estén en la escuela desde muy temprano hasta muy tarde, a fin de que los padres tengan libertad para trabajar y comprar más cosas para los hijos, quienes cuando cumplan 18 años se irán de la casa, si no antes.

Si reacomodan sus prioridades, les aseguro que se sentirán más felices; más pobres tal vez, pero más felices. No tienen que inscribir a sus hijos en cada torneo de fútbol, béisbol, o en cada clase de natación, karate, piano, danza e ikebana que existe a su alrededor. ¿Qué tal si dedican más tiempo a jugar con sus hijos y sus hijas? Felicidad no es sinónimo de éxito y admiración. No estoy diciendo que no hagan nada por sus hijos para que triunfen en la vida; lo que estoy diciendo es que tal vez estamos cultivando elementos que miden el éxito desde el exterior y no desde el interior. Debemos corregir eso, porque los resultados no son buenos. Basta con mirar la vida de numerosos deportistas y famosos, que a pesar de tener aparentemente todo, no pueden ser felices; muchos sufren de adicciones a drogas y alcohol, arrastran sus fracasos conyugales, o tienen una vida escandalosa y criminal u otras experiencias dolorosas.

2. Consideren el amor. Amor es una palabra grande, muy grande, pero se la ha utilizado tan mal que ha perdido mucho de su fascinación. En el matrimonio parece que ya no funciona la fórmula “hasta que la muerte los separe”, y ahora se piensa: “Hasta que el otro (o la otra) nos separe”.

El amor verdadero es visible. Se deja ver no solo en el hecho de levantarse a las dos de la mañana para sostener la frente de nuestro hijo que tiene fiebre, o trabajar aunque estemos enfermos a fin de proveer para las necesidades de la familia, sino también en demostraciones físicas de amor y afecto.

Muchos jovencitos y jovencitas exploran el terreno de la sexualidad muy temprano en la vida, no porque sea algo de su elección sino porque tienen lo que se llama “hambre de piel”. Sus hijos e hijas no están siendo abrazados por ustedes, y ellos lo necesitan para poder vivir y crecer. Lo buscan inconscientemente en otras partes, y los resultados les dejan un sabor aun más amargo.

Adopten la práctica de abrazar y besar a sus hijos e hijas, no solo mientras son pequeños, sino aun más en la adolescencia y la juventud. Padres, abracen y besen a sus hijas; si no lo hacen, otros varones lo harán, y no de la manera correcta.

Aún me emociona ver a mi esposa abrazar y besar a mi hijo de 24 años, ya casado, y ver como él le corresponde. El amor manifestado en forma física dentro de la familia, entre esposos y entre padres e hijos, es la mejor salvaguarda para el futuro de la familia.

3. Practiquen la fe. Una familia sin fe es como una embarcación sin brújula: nunca llegará a feliz puerto.

Las escuelas están prohibiendo la oración y la enseñanza de la Biblia, y están desanimando la obediencia a los Diez Mandamientos. Es triste ver que los hijos viven sin conducción en sus hogares, y también en las escuelas, donde pasan la mayor parte del día. Cuán lamentable es que solamente reciben alimento para sus cerebros y nada para sus corazones.

Dedica tiempo en tu hogar a mostrar a tus hijos la fe, no solo a enseñarla. Permite que la fe de tus hijos sea madurada en el hogar, para que cuando sea puesta a prueba fuera del hogar, pase la prueba.

La Palabra de Dios, la Biblia, dice: “Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él” (Proverbios 22:6). ¿Por qué no eliges creerle a Dios, vivir en sociedad con él, y poner a tu familia en primer lugar?

Conclusión

Amigo, amiga, tenemos una deuda enorme con nuestras familias, con nuestra esposa, con nuestro esposo, con nuestros hijos. Los desafío a establecer nuevas prioridades en su vida, a considerar el amor genuino y práctico, y a practicar la fe. Les garantizo que, si lo hacen, un día no muy lejano podrán cantar al igual que los personajes de esa vieja serie: “No hay nada más lindo que la familia unida”. Salgan de su encierro y crezcan hasta convertirse en los mejores promotores de un futuro de felicidad para el hogar moderno.

Cuando les pidan que describan a su familia, podrán, sin dudarlo, comenzar a decir “¿La familia? ¡Una bendición!”

El autor es dirigente de las iglesias adventistas de habla hispana en Ohio.

¿La familia? ¡Una bendición!

por Sergio Romero
  
Tomado de El Centinela®
de Febrero 2018