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Lo primero que escuché del otro lado de la línea fueron estas palabras: “Lo siento, pastor, pero yo no me casé para esto. Si ella no quiere ver el buen hombre que tiene a su lado, no estoy dispuesto a continuar viviendo así”. Frustrado por el giro que había dado la relación con su esposa, mi amigo estaba por tomar una decisión que afectaría radicalmente su vida, la de su esposa y la de sus dos hijos adolescentes.

La situación de esta familia, a la que yo estimaba, llamó mi atención, y comenzamos a luchar juntos buscando soluciones de fondo que les permitieran volver a ser felices. Primero me reuní con mi amigo, y después con su esposa. Una reunión con cada uno fue suficiente para identificar uno de los enemigos más comunes de las parejas. Luego los reuní para dialogar un poco y compartirles algunas reflexiones derivadas de mis conversaciones con cada uno. Los dos estaban dispuestos a dialogar y escuchar sugerencias, pues se amaban y amaban a sus hijos, aunque el estado de su relación los frustrara, pues todos en casa estaban sufriendo.

—La buena noticia que tengo para compartirles es que en su problema se encuentra también la solución —fue lo primero que les dije—. El problema es que los dos están haciendo lo opuesto a lo que Dios aconseja respecto al amor —y leí con ellos dos textos de la Biblia.

Primero leímos la declaración: “El amor… no busca lo suyo” (1 Corintios 13:4, 5). Les hice ver a mis amigos que aunque ambos eran nobles y virtuosos, y deseaban lo mejor para su hogar, cada uno se quejaba de lo mismo: “Ella no me hace feliz”; “Él no me hace feliz”. Ese era el problema, porque quien ama de verdad no espera que la persona amada lo haga feliz, sino que se esfuerza por hacer feliz a la persona amada. Este es el amor ágape, el fundamento de todas las expresiones del amor.

El primer consejo que les compartí a mis amigos fue que procuraran irse a dormir cada noche seguros de que ese día hicieron todo lo posible por hacer feliz a su pareja, sin justificarse por lo que hacía bien en favor de su cónyuge ni frustrarse por lo poco que creía que recibía del otro. Les dije que, de acuerdo con el consejo divino, al hacer feliz a la persona amada, uno es también feliz.

Después leímos la regla de oro: “Todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos” (S. Mateo 7:12). Esta regla de oro que dio Jesús se basa en el amor celestial, el amor ágape. La iniciativa de amar y de otorgar felicidad viene de Dios, la fuente de un amor dispuesto a dar sin esperar nada a cambio.

Lo dice la Biblia: “De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (S. Juan 3:16). El amor ágape, la más elevada forma de amor, caracteriza a Dios, y debe también caracterizar las relaciones conyugales y familiares.

El último consejo para mis amigos fue: “Trata a tu cónyuge como quieres ser tratado. ¿Quieres que te sirva? Sírvele tú primero. ¿Quieres palabras amables? Usa tú primero palabras amables. ¿Quieres su atención? Ofrece atención tú primero. ¿Quieres que te halague con gestos tiernos? Comienza tú primero a tenerlos. ¿Quieres fidelidad? Sé fiel tú primero. ¿Quieres amor? Primero entrega todo tu amor. Ame cada uno a Dios con todo su corazón y con todas sus fuerzas, y entonces Dios les impartirá el amor ágape para que lo compartan y sean felices a pesar de todos los desafíos que como pareja y como padres enfrentan cada día. Si ustedes no se aman, ¿como pueden amar a otros?”.

El amor incondicional debe comenzar contigo. Ese amor, el amor ágape, es compasivo, cuidadoso y amable. Es un amor altruista. No busca placer para sí mismo, porque dar es su deleite y su placer. El reino del amor es el reino de Dios, un reino feliz porque en él se comparte amor.

Pasó un tiempo, y mis amigos me pidieron otra entrevista, pero esta vez no para presentarme sus quejas sino para agradecer por la sabiduría del consejo bíblico.

¿Tienes problemas con tu cónyuge? Claro que sí; todos los tenemos. Entonces aquí está la solución: Esfuérzate hoy por darle a tu pareja lo que desearías recibir de ella.

El autor es ministro cristiano. Escribe desde Orlando, Florida.

El reino del amor

por Robert Amaya
  
Tomado de El Centinela®
de Febrero 2016