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Hace veinte siglos, desde su Santuario en el cielo Dios contempló la tierra, y lo que vio lo hizo sufrir. “La misma estampa de los demonios estaba grabada en los rostros de los hombres... Se había demostrado ante el universo que, separada de Dios, la humanidad no puede ser elevada... Con intenso interés, los mundos que no habían caído habían mirado para ver a Jehová levantarse y barrer a los habitantes de la tierra”.* Pero Dios tomó otra decisión. Decidió adquirir nuestra naturaleza (Gálatas 4:4). Con todas las desventajas que representa ser hombre en un mundo gobernado por demonios (Efesios 6:12), Cristo se encarnó para redimir al hombre y al planeta.

Al pecar, Adán y sus descendientes sufrieron costosas pérdidas: 1) Perdieron el dominio de la tierra. 2) Perdieron su libertad. 3) Perdieron la descendencia que cumpliría el plan original de Dios. 4) Perdieron la vida eterna. Todo lo perdieron a manos del diablo.

Se necesitaba un redentor humano y no lo había. ¿Qué haría Dios ante la desgracia de sus hijos terrenales?

El Redentor

El proceso de redención del hombre se desarrolla en base a cuatro leyes bíblicas que regían la vida de los hebreos. Esas leyes de redención estipulaban que: 1) Si un hebreo había vendido su tierra, podía recuperarla si él mismo o su pariente más cercano pagaba el precio del rescate, su redención. 2) Si alguien caía en la esclavitud, el pariente más cercano debía redimirlo. 3) Si un hombre moría sin dejar descendencia, el pariente más cercano debía engendrar con la viuda un hijo que llevara el nombre del difunto para asegurarle descendencia y perpetuar su familia. 4) Cuando un hombre era asesinado, el pariente más cercano debía vengarlo.

Lo mismo se aplica para redimir la tierra, librar al hombre de la esclavitud del pecado, perpetuar su nombre en el universo, y vengar su sangre derramada por Satanás. Para lograr esos propósitos, el hombre necesitaba un pariente consanguíneo que tuviese el derecho de redención y el poder para cubrir las exigencias de la justicia divina (Rut 2:20; 4:3-6). Pero no lo había.

Ningún ángel podía salvar al hombre, pues no tenían vida en sí mismos y no poseían la naturaleza humana. El único que podía salvar al hombre era Dios. Tenía los recursos para salvarlo, mas no el derecho “legal”, ya que no participaba de su naturaleza. Pero Cristo decidió tomar la humanidad para llegar a ser el pariente más cercano del hombre, y así adquirir el derecho de redimirlo. Estos fueron los pasos que debió dar: (1) Se hizo “carne, y habitó entre nosotros” (S. Juan 1:14). (2) Procedió a “buscar y a salvar lo que se había perdido” (S. Lucas 19:10). (3) Pagó el precio por la redención, su “sangre preciosa” (1 Pedro 1:18-20).

La redención de la tierra

La tierra había pasado a ser posesión de Satanás, quien dijo a Jesús acerca de la tierra: “A mí me ha sido entregada, y a quien quiero la doy” (S. Lucas 4:6). Al anunciar su victoria, Jesús declaró: “Ahora el príncipe de este mundo será echado fuera [de la posesión de la tierra]” (S. Juan 12:31). Pero aunque el enemigo ha sido vencido, todavía ejerce control sobre los asuntos del mundo.

Cristo oró para que sus seguidores sean guardados del mal (S. Juan 17:15). Viven en el mundo pero no son del mundo (vers. 16). Se consideran “extranjeros y peregrinos” en esta tierra (Hebreos 11:13). Su “ciudadanía” pertenece al cielo (Filipenses 3:20).

En su segundo advenimiento Cristo tomará posesión absoluta de los “reinos del mundo”, destruirá “a los que destruyen la tierra” (Apocalipsis 11:15, 18), y concederá a los mansos (S. Mateo 5:5) la herencia de la “tierra nueva”, donde “mora la justicia” (2 Pedro 3:13).

La redención de los esclavos

Los seres humanos estaban “vendidos al pecado” (Romanos 7:14), eran esclavos de sus concupiscencias y del diablo. Cristo vino para darles la libertad del pecado (Efesios 1:7; Tito 2:14), de “nuestra vana manera de vivir” (1 Pedro 1:18), y del diablo (Hebreos 2:14, 15).

San Pablo dice a los creyentes que aunque eran “esclavos del pecado”, han venido a ser “siervos de Dios”, y ahora tenemos por “fruto la santificación, y como fin, la vida eterna” (Romanos 6:17-22). Por tanto, no han de ser esclavos de los hombres (1 Corintios 7:20-22). Por haber sido comprados, ya no deben vivir para sí mismos, sino para Dios (1 Corintios 6:19, 20; 2 Corintios 5:15). Dios les manda predicar el evangelio a toda criatura para que los hombres “se conviertan de la potestad de Satanás a Dios” (S. Marcos 16:15; Hechos 26:18).

La redención de los hijos

Como “segundo Adán”, Jesús cumplió la tercera ley de redención, la de levantar descendencia al primer Adán (1 Corintios 15:21, 22). Como Booz redimió a Rut para “restaurar el nombre del difunto sobre su heredad, para que el nombre del muerto no se borre de entre sus hermanos” (Rut 4:10), así Cristo, “cuando vino el cumplimiento del tiempo”, intervino para redimir “a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos” (Gálatas 4:4, 5).

Por medio de su encarnación y su sacrificio, “a los que creen en su nombre, [Jesús] les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (S. Juan 1:12), ser “nuevas criaturas” (2 Corintios 5:17) y “participantes de la naturaleza divina” (2 Pedro 1:4). Envió a sus seguidores a predicar el evangelio, pues quiere llevar “muchos hijos a la gloria” (Hebreos 2:10).

La manifestación plena de lo que serán los cristianos se logrará en su segundo advenimiento, cuando recibamos la “redención de nuestro cuerpo” (Romanos 8:23; ver también 1 Corintios 15:51), y seamos “semejantes a él, porque le veremos tal como él es” (1 Juan 3:1, 2).

La redención de la sangre

Al introducir el pecado en el mundo, Satanás cometió genocidio. Nuestro pariente más cercano vengará ese crimen, pues vino para “deshacer las obras del diablo” (vers. 8), y “destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte” (Hebreos 2:14). El rescate del hombre tiene un alto precio. Jesús lo pagó. Es un precio de sangre. Cuando la sangre del Cordero tiñó la cruz, el precio estaba siendo pagado. Cuando el moribundo divino gritó: “Consumado es” (S. Juan 19:30), la deuda quedó saldada.

El cristiano no debe vengarse sino orar por sus enemigos y hacerles el bien (S. Mateo 5:44; Romanos 12:20). La venganza corresponde al Redentor. “Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor” (Romanos 12:19-21).

En su vEn su segundo advenimiento, Jesús vengará “la sangre de los santos y de los profetas” (Apocalipsis 16:6); va a “pagar con tribulación a los que os atribulan” (2 Tesalonicenses 1:6), y destruirá a Satanás. Esos crímenes serán castigados por la justicia divina (Apocalipsis 20:10).

La obra de la redención quedará cumplida. Cristo, el Redentor, habrá rescatado la tierra, librado de la esclavitud al hombre, levantado una descendencia provista de naturaleza divina, y cobrado venganza.

* Elena G. White, El Deseado de todas las gentes, p. 29.

El autor es doctor en Teología. Escribe desde Montemorelos, México.

La redención

por Armando Juárez
  
Tomado de El Centinela®
de Enero 2017