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Usted probablemente las conoce: personas que se ubican en polos opuestos cuando se trata de creer. Algunos optan por una vida sin religión; y apenas la recuerdan en los momentos de transición o en grandes dificultades. Otros se unen a grupos religiosos estrictos que esperan una entrega total del creyente. Vivimos en la era de los extremos. La gente tiende a oscilar entre no ser religiosa o serlo en gran medida. O se tiene muchas dudas o mucha fe.

Cada persona tiene una serie de creencias que filtran la información acerca del mundo que la rodea y facilita su interpretación. Algunos se refieren a esta estructura en términos de cosmovisión. Estas creencias más o menos organizadas son a su vez formadas por lo que aprendimos de nuestros padres en la niñez, en la escuela y a través de nuestra relación con la sociedad donde vivimos.

La religión y las creencias religiosas son una parte integral de nuestra cosmovisión. Otros factores importantes son nuestra nacionalidad, la conciencia social, nuestra edad, nuestra educación, etc. El momento en que vivimos y la historia que se va desarrollando a nuestro alrededor también impactan sobre lo que creemos y sentimos.

El caso es que las personas coetáneas y que viven en un ambiente social similar, desarrollan actitudes parecidas. Y aunque inicialmente no parezca así, las dudas y la fe que parecen representar polos opuestos podrían estar bastante relacionadas.

En un libro reciente, Timothy Keller, el pastor de una iglesia de 5.000 miembros en Manhattan, defiende que tanto creer como dudar requieren creer.* En otras palabras, cuando una persona tiene una duda, se debe a que ha decidido “creer” en otra cosa. Por ejemplo, la persona que razona que Dios no puede existir porque si existiera no habría maldad, ha escogido creer que Dios está obligado a eliminar toda maldad. Esto es también una creencia que requiere aceptación.

Cuando una persona dice que no cree en el cristianismo porque cada persona debe determinar lo que es bueno y lo que es malo por sí misma, está expresando que cree que la persona tiene el derecho a determinar tal cosa. Esto requiere un grado de fe, porque no se puede probar. De la misma manera que las creencias cristianas pueden despertar dudas, las dudas a su vez responden a otras creencias que también debieran despertar dudas.

En un largo diálogo con un joven científico sobre la creación y la evolución, no llegábamos a ningún acuerdo hasta que comenté casualmente: “Si la ciencia se fundamenta en el deseo de observar el universo para intentar entenderlo, ¨acaso la fe cristiana no merece escrutinio también?” El joven, que ya ha aparecido en varios programas de la televisión norteamericana como experto en Biología, se rascó la cabeza y dijo: “Tiene razón. Me siento con la responsabilidad de estudiar la Biblia y las creencias cristianas antes de rechazarlas”.

Cuando una persona ataca el cristianismo, debiera analizar cuáles son las creencias que la llevan a esto y preguntarse qué razones tiene para creer de tal manera. Para ser justos, los que no creen debieran “dudar de sus dudas”. Por otra parte, el creyente tiene que enfrentar sus propias objeciones o dudas con la misma sinceridad. La duda no es pecado, y cuando estudiamos las Escrituras lo hacemos con la convicción de que es posible conocer a Dios. Bien dijo Jesús: “Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí” (S. Juan 5:39).

*Timothy Keller, The Reason for God [La razón a favor de Dios], (Nueva York: Dutton, 2008).

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La fe y las dudas

por Miguel Valdivia
  
Tomado de El Centinela®
de Septiembre 2008